Si hubiera que destacar a dos monarcas suecos los elegidos podrían ser Gustavo II Adolfo y su hija Cristina de Suecia. En mi caso son los elegidos para este mes temático como monarcas sobresalientes de la era moderna del país nórdico. Gustavo II como estadista, su hija como ejemplo de coherencia y vida realmente peculiar.
Gustavo II Adolfo era hijo de Carlos IX, quien a su vez era hijo de Gustavo I. Nació en el castillo de Estocolmo en 1594. Fue rey entre 1611 y 1632, y fue ese periodo precisamente el de mayor esplendor en la historia moderna de Suecia, porque fue entonces cuando se desarrolló en su máxima expresión la influencia sueca en Europa.
A Gustavo II le toco heredar tres guerras que venían aconteciendo en el norte de Europa para principios del siglo XVII, contra Dinamarca, Rusia y Polonia. Las guerras para Suecia fueron, desde el siglo XVI, una constante hasta principios del siglo XIX, y la causa del posterior declive y crisis del país. Tanto a Rusia como a Polonia consiguió arrancarle territorios, a Rusia le cerró la salida al Báltico y a Polonia le arrebató la provincia de Livonia. Pero donde de verdad destacó Gustavo Adolfo guerreado fue en la Guerra de los Treinta Años, donde mereció el apelativo de “León del Norte”.
La participación de Suecia en la Guerra de los Treinta Años fue en cierta medida inevitable para Gustavo II si quería salvaguardar el comercio del norte de Alemania con el Báltico. Además el curso de la guerra para finales de los años veinte era favorable para los católicos encabezados por los Habsburgo austriacos. Gustavo Adolfo firme defensor del protestantismo, como lo fue su padre, se convirtió en el líder del bando protestante en una guerra en la que primero los alemanes protestantes lo vieron como un intruso, y después lo aceptaron como su máximo jefe. Aunque no consiguió acabar con la guerra que libraba contra españoles, austriacos y católicos alemanes, su intervención evitó la victoria católica.
Si en la guerra destacó también lo hizo como administrador, ya que sus estructuras burocráticas fueron un ejemplo para otros monarcas europeos. Se llevó a cabo, asimismo, la creación permanente de un ejército y la constante rotación en el servicio militar, que se le impuso al pueblo.
Murió en 1632 en la Batalla de Lützen haciendo frente al ejército imperial. Esa batalla fue muy importante para los suecos en la Guerra de los Treinta Años, y si bien el rey falleció la batalla fue ganada, convirtiéndose en una victoria póstuma para Gustavo II. A su muerte dejó una única hija legítima, Cristina, que se convertiría en reina de Suecia a la cortísima edad de 5 años.
De todas las vidas de monarcas europeos que he leído la de Cristina seguramente es la más apasionante y peculiar, tal vez por ser una reina despegada del poder terrenal, imbuida de un poder más grande, el espiritual, diferente a todo lo establecido, como si de una adelantada a su época se tratara.
La niñez de Cristina estuvo caracterizada por una cuidadosa preparación como reina que ya desde niña era, y por la separación de su madre durante la mayor parte de su infancia por razones de Estado. Cristina era especialmente capacitada en los idiomas que era su materia favorita. Tenía una gran capacidad para el aprendizaje y enorme ansia de conocimiento.
No era precisamente agraciada, era de contextura gruesa y de corta estatura, aunque eso a ella parecía no importarle, seguramente porque su sabiduría le hacía ver que eso era lo menos importante.
A los 18 años asumió sus funciones como soberana, queriendo en primer lugar hacer una reconstrucción cultural del reino, dañada por años de guerra que se venían arrastrando desde décadas atrás. Adoptó el lema “La sabiduría es el pilar del reino”. Por su fama de protectora de la cultura vio la posibilidad de atraer intelectuales a su corte, como en efecto ocurrió. Suecia se convirtió en determinados momentos en el centro del humanismo en Europa, por lo que Cristina recibió el sobrenombre de “Minerva del Norte”.
El acercamiento que la reina tuvo con determinados embajadores de países católicos probablemente condujo a Cristina a tener inquietudes por el catolicismo, lo que tanto determinaría su vida posterior. Esa circunstancia fue trascendental, ya que en aquella época Suecia era algo así como el estandarte del protestantismo.
En 1647 la reina fue inquirida para el casamiento con el fin de dar a la Corona un heredero. Cristina respondió que pensaría en ello y daría una respuesta, que llegaría dos años después en manera negativa. La reina decidió no casarse dejando vía libre a que su primo Carlos Gustavo se convirtiera en heredero al trono.
En 1654 Cristina tomó una decisión asombrosa que no se entendió en un primer momento, y que después quedaría muy clarificada, la reina abdicó de su trono. Su abdicación fue seguramente el acto más coherente de su vida a causa del motivo que le llevó a ello, la conversión a la religión católica. La hija del paladín del protestantismo decidía hacerse católica, la paradoja de las paradojas de aquella época, y además decidió trasladarse a vivir a Roma, donde fue recibida con todos los honores.
En Roma Cristina creó su propia corte a la que no renunció por considerarse reina aunque no reinara. Promovió el mecenazgo a los artistas, aunque en los últimos años tuvo ciertas dificultades económicas que hicieron limitar su patrocinio cultural.
A principios de 1689 Cristina comenzó a sentirse muy enferma. El 14 de abril de ese año Cristina falleció. En su testamento escribió que deseaba ser enterrada sin honores y de la manera más sencilla. Su deseo no fue cumplido.
Imagen: Gustavo II Adolfo
Gracias por estas interesantes biografías. Me han encantado, tanto la de Gustavo como la de Cristina, y el enlace de ambas vidas y sus paradojas.
ResponderEliminarA mi me ha gustado mas la de Cristina, sin duda una mujer fuerte y con convicciones bien definidas.
ResponderEliminarUn caluroso saludo Antonio.