A principios del siglo VIII los musulmanes llegan a
la Península para acabar con el reino visigodo, y como consecuencia de esa
invasión el poder carolingio comenzó décadas después a intervenir en el noreste
de España contando para ello con el apoyo de la población autóctona. El dominio
carolingio empezó a ser efectivo con las conquistas de Gerona (785) y Barcelona
(801). Para comienzos del siglo IX, en consecuencia, se inicia la formación de
la llamada “Marca Hispánica”, término sin reconocimiento jurídico unificado para
el poder franco, pero explicativo de lo que en la práctica fue un territorio
fronterizo frente al poder musulmán.
Al frente de los territorios conquistados los reyes
francos designaron a condes, que según conviniera podían ser autóctonos o de
origen franco. Pero el poder que se introdujo en el noreste de la Península por
parte de los carolingios comenzaría más pronto que tarde a debilitarse. De
hecho el tropiezo de Carlomagno en Roncesvalles ocurrido antes incluso que las
conquistas de Gerona y Barcelona fue todo un prematuro síntoma de la que
posteriormente sería debilidad política del poder carolingio en los territorios
de los condados catalanes y aragoneses.
Tras la muerte de Luis I el Piadoso, hijo de
Carlomagno, el Imperio carolingio comenzó a disgregarse con la división del
mismo entre sus hijos. Mediante el Tratado de Verdún (843) la Marca Hispánica
le correspondió a Carlos el Calvo, en calidad de rey de la Francia Occidental.
En el año 877 Carlos el Calvo como Emperador del
Imperio carolingio, dignidad que ostentaría junto con la de rey de Francia
Occidental, habiendo unificado el Imperio de nuevo, aunque fuera por poco
tiempo, firmó la capitular de Quierzy . Con esta disposición se establecía la
heredad de los principados y condados del Imperio. De esta manera se alentaba
el nacimiento del feudalismo, siendo Francia el reino más paradigmático de este
fenómeno histórico, como también se favorecía el proceso de los condados de la
Marca Hispánica hacia su independencia de facto para finales del siglo IX.
No obstante, este camino a la independencia no se
traduciría en unidad administrativa en los condados catalanes, que para
principios del siglo X se encontraban fragmentados políticamente, si bien era
el conde de Barcelona quien afirmaba progresivamente su hegemonía. El conde
Wifredo el Velloso fue el último conde de Barcelona en ser designado por la
monarquía franca y el primero que legó sus condados a sus hijos.
A pesar de la autonomía política conseguida por los
condados catalanes los condes iban a mantenerse leales a los carolingios, lo
que sólo cambiaría a finales del siglo X con la sustitución de la dinastía
carolingia por la capeta. En 988 el conde Borrel II no rinde homenaje a nuevo
rey franco Hugo Capeto aunque el soberano se lo requiriera, hecho éste considerado
como el punto de partida de la independencia del Condado de Barcelona.
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