Después de más de cincuenta años de una cierta
estabilidad social y política interna en Castilla, que permitió el avance
castellano hacia el sur arrebatando una importante parte de territorio a los
musulmanes, para 1272 en los últimos años del reinado de Alfonso X las disputas
internas volverían a debilitar al reino. Los propósitos centralizadores y de
reforzamiento del poder real del monarca se vieron frenados por los nobles, a
lo que tres años después se uniría la disputa por la sucesión en el trono cuando
murió el primogénito varón de Alfonso X, el infante Fernando de la Cerda.
A pesar de que Alfonso X desheredó a su segundo hijo
varón Sancho, quien no aceptó que el trono recayera en Alfonso, el primogénito
varón de Fernando de la Cerda, Sancho se convirtió en Sancho IV de Castilla a
la muerte de su padre en 1284.
Se abría desde esos momentos un tiempo de conflictos
internos, algo por lo demás muy frecuente en el Medievo español, que se
alargaría durante décadas y que encontraría su culmen para mediados del siglo
XIV. El hecho de que los monarcas en la Edad Media en realidad fueran los
principales nobles de los reinos, y que su condición de reyes dependiera en
muchos momentos de la voluntad de los nobles, hacía de ellos unos nobles más, sin duda los más importantes, si bien no
siempre los más poderosos. A esa circunstancia no fue ajena Castilla, que
debería esperar a la llegada de los Reyes Católicos para que el poder real
fuera precisamente eso, real.
Las bases de un poder real fuerte y centralizado se
habían puesto en tiempos de Fernando III y de su hijo Alfonso X, pero pasarían
más de doscientos años hasta que eso se viera reflejado en Castilla de manera
palmaria. Por de pronto Sancho IV tuvo que enfrentarse al conflicto abierto con
la sucesión que él mismo había alterado.
Una parte del apoyo de la nobleza a Sancho IV para
su ascenso al trono vino motivada por la política llevada a cabo por su padre,
y por la admiración que Alfonso X tenía por las culturas árabe y judía. Pero
Sancho IV también tendría que enfrentarse no sólo a los partidarios de los
infantes de la Cerda sino también a la nobleza.
Uno de los conflictos más relevantes al que tuvo que
hacer frente el rey sería el protagonizado por su hermano menor el infante don
Juan, quien en su sublevación pidió ayuda a los benimerines de Marruecos
originando con ello el llamado conflicto de Tarifa. La plaza una vez sitiada
fue fielmente defendida por su gobernador Guzmán el Bueno, señor de León, y los
benimerines tuvieron que regresar a Marruecos. Se desbarataba así los planes de
don Juan y del sultán de Marruecos, que pretendía realizar una invasión.
Sancho IV sólo llegó a reinar once años al morir en
1295 dejando como heredero a su hijo Fernando que contaba con nueve años de
edad. Dejaba también la herencia del conflicto con los infantes de la Cerda, y
por tanto más tiempo de inestabilidad en Castilla. Sin duda el reinado de
Fernando IV (rey, 1295-1312) iba a estar cargado de dificultades que hicieron
muy difícil su permanencia en el trono. Para empezar, y como problema
originario, tanto sus hermanos como él mismo eran considerados hijos ilegítimos
al no reconocerse el matrimonio entre Sancho IV y su esposa María de Molina. El
motivo de tal hecho venía determinado por dos circunstancias: la primera, los
lazos de consanguinidad de sus padres; la segunda, la existencia de unos
esponsales anteriores del entonces infante Sancho con una rica heredera
catalana. Finalmente el Papa Bonifacio VIII legitimó el matrimonio entre Sancho
IV y María de Molina.
El trono por tanto, y a pesar de la legitimación
papal, se prestaba a disputa y como no
podía ser de otra manera surgió un pretendiente a ser el sucesor de Sancho IV
en detrimento de Fernando IV. Se trataba del infante Juan de Castilla, tío del
rey y quien ya había causado problemas al rey Sancho. De esta manera el destino
volvía a repetir la situación de la sucesión de Alfonso X y su hijo Sancho, en
esta ocasión sin repercusión contraria a los intereses de Fernando IV, el
heredero natural.
Como pasara con sus antepasados el nuevo rey
prosiguió la empresa de la Reconquista, y a pesar de no conseguir conquistar
Algeciras, en 1309 se hace con la plaza de Gibraltar. En 1312, año de la muerte
del rey, se conquista el municipio jienense de Alcaudete. Al igual que su
abuelo Alfonso X fue un rey reformador que impulsó cambios en y en todos los
ámbitos de la administración, y tal como se propuso su abuelo intentó un
reforzamiento de la Corona en detrimento de la nobleza.
A la muerte de Fernando IV quedó como heredero su
hijo Alfonso que en el momento del suceso contaba sólo con un año de edad. Se
repetía así de nuevo la eventualidad de un rey-niño. En esta ocasión y por
suerte para el nuevo rey Alfonso XI no habría disputa de trono, aunque las
rivalidades que se originarían por la regencia si estarían presentes en los
comienzos del reinado. Los infantes don Juan, tío abuelo del monarca y don
Pedro, tío del monarca, se hicieron cargo de la regencia, y su madre Constanza
de Portugal de la tutela del nuevo rey. Cuando en 1313 muere Constanza la
tutela pasó a ejercerla la abuela del rey, doña María de Molina.
En 1319 muren los dos regentes quedando como única
regente doña María de Molina, y al fallecimiento de ésta en 1321 se divide el
reino por las pretensiones a la regencia de los infantes Felipe, tío del
monarca, don Juan Manuel, tío segundo y don Juan el Tuerto, hijo del fallecido
tutor don Juan y también tío segundo del rey. Estas disputas debilitarían al
reino y facilitaría el saqueo de los moros y de nobles rebeldes.
La debilidad de Castilla en estos primeros años del
reinado de Alfonso XI terminaría con la mayoría de edad política del rey en
1325, cuando asume con decisión el poder. Con Alfonso XI asistimos a un
fortalecimiento del poder real, ejemplo de ello fue su habilidad en dividir a
sus adversarios y su predisposición a ejecutar a aquellos opositores que
cuestionaran su reinado, como fue el caso de don Juan el Tuerto. Fue
precisamente esa disposición a controlar a la nobleza lo que le valió el apodo
de el Justiciero.
Al igual que sus antepasados luchó contra los
musulmanes y consiguió afianzar el dominio cristiano en el sur con la conquista
del Estrecho de Gibraltar (1340) y del Reino de Algeciras (1344). Consiguió
también algo políticamente importante como era el reconocimiento a su favor por
parte del pretendiente al trono Alfonso de la Cerda como rey de Castilla, con
lo que terminaba la disputa heredada de tiempos de Sancho IV.
A la muerte del rey en 1350 le sucede su hijo Pedro
I. Se abría con este rey un periodo muy convulso en el que se producirían de
nuevo luchas por el trono que desembocarían en abierta guerra civil. Pedro I
llamado el Cruel por sus detractores crecería bajo la crianza de su madre la
reina María de Portugal, sin que recibiera la suficiente atención de su padre,
llevado por el amor hacía su amante Leonor de Guzmán. Careció por tanto del
aprendizaje necesario para ejercer de buen rey que a buen seguro su padre
Alfonso XI hubiera podido darle.
Pedro I llega a ser rey con dieciséis años teniendo
que sufrir desde el principio las disputas entre facciones que rivalizaban por
el poder. Eran dos las facciones en cuestión, la primera representada por los
hijos ilegítimos habidos entre Alfonso XI y Leonor de Guzmán entre los que
estaba Enrique de Trastamara, y la segunda por los partidarios de la reina
madre María de Portugal. Fue esta segunda facción la que se hizo con el poder.
El poder sería en estos primeros años controlado por el favorito del rey, el
portugués Juan Alfonso de Alburquerque.
En las Cortes de Valladolid de 1351-1352 el rey
afirmó su alianza con las ciudades con una serie de medidas y reformas, que los
nobles entendieron como un ataque a sus privilegios, lo que provocaría una
creciente enemistad hacia el rey.
A la enemistad de parte de la nobleza se le uniría
la de Francia, en una demostración de torpeza diplomática. En 1353 el rey se
casa por razones de Estado con Blanca de Borbón, hermana de la reina consorte
de Francia Juana de Borbón. Pero el rey abandona a la nueva reina a los dos
días por incumplimiento de la dote por parte de Francia y la hace prisionera. A
partir de entonces el rey no haría vida conyugal con la francesa, y esa sería
una de las excusas que utilizarían sus enemigos
para enfrentarse a él. El fracaso de este primer matrimonio provoca la
caída de su favorito Alburquerque y la rebelión de varias ciudades.
Antes de esta boda desafortunada el rey ya tenía por
amante a la noble María Padilla quien le daría tres hijas, Beatriz, Constanza e
Isabel y un hijo, Alfonso. El Papa amenazó con excomulgar al rey si no hacía
vida conyugal con la reina Blanca, pero Pedro I hizo caso omiso. Consiguió la
anulación matrimonial de las autoridades eclesiásticas castellanas y concertó
su matrimonio con Juana de Castro, otra noble que le daría un hijo y una hija.
No obstante también se desentendió pronto de este segundo matrimonio para hacer
de nuevo vida con María Padilla.
En 1361 Pedro I manda asesinar a su esposa Blanca
con la intención de coronar reina a María Padilla, pero ésta muere ese mismo
año. Un año después el rey consigue que sean anulados los dos anteriores matrimonios
por el arzobispo de Toledo, y además de las Cortes consigue también que sea
legitimada su descendencia con María. Pedro llegó a afirmar que se había casado
en secreto con María y que su única y primera esposa había sido ella.
Habiendo sufrido ya varias rebeliones desde los
inicios del reinado entre ellas las de sus propios hermanastros Enrique de
Trastamara, Fadrique y Tello, Pedro entró en guerra con Aragón en 1357, con lo
que abría un nuevo frente en el que luchar. En este contexto Enrique de
Trastamara apoyó a Aragón con sus seguidores castellanos, aragoneses y
mercenarios franceses a cambio de ser ayudado en su pretensión de destronar a
su hermanastro Pedro I.
En 1366 Enrique vence a Pedro I y es proclamado rey
en Calahorra, pero un año después Pedro I regresa de su exilio y ayudado por
los ingleses se impone a su hermanastro en la Batalla de Nájera. Finalmente,
después de reorganizar sus ejércitos y con el apoyo de varias ciudades
castellanas y de mercenarios franceses, las llamadas Compañías Blancas, de
Bertrand Du Glesclin, Enrique derrota a Pedro I en la Batalla de Montiel, marzo
de 1369. Estando sitiado después de la batalla Pedro I muere a manos de su
hermanastro, al haber sido llevado ante él con engaños. Se convierte así Enrique
en nuevo rey de Castilla como Enrique II
e instaura la dinastía Trastamara, que pasadas unas décadas también sería Casa
reinante en Aragón, y de la que fueron descendientes los Reyes Católicos.
Con la muerte de Pedro I se daba por finalizada la
Casa de Borgoña como Casa reinante en Castilla, pero los derechos sucesorios de
Pedro heredados por su hija Constanza (el heredero Alfonso muere con tres años
de edad en 1362), serían legados a su vez a su hija Catalina de Lancaster,
quien con su matrimonio con Enrique III de Castilla (nieto de Enrique II)
uniría ambas ramas sucesorias de Alfonso XI al llegar al trono el hijo de
Enrique III y Catalina, Juan II de Castilla. De esta manera se arreglaba el
pleito sucesorio abierto desde la muerte de Pedro I, el último rey de la Casa
de Borgoña de Castilla.
Bibliografía
Salvador Martínez, H (2003). Alfonso X el Sabio (1ª edición).
Madrid: Ediciones Polifemo.
Menezo Otero, Juan José (2005). Reinos y Jefes de Estado desde el 712
(5ª edición). Madrid: Historia Hispana.
Coria Colino, Jesús J.; Francia Lorenzo, Santiago (1999). Reinado de
Fernando IV (1295-1312) (1ª edición). Palencia: Aretusa.
Díaz Martín, Luis Vicente: Pedro I el Cruel (1350-1369). 2ª ed.
Gijón: Trea, 2007.
Rocasolano,
Javier: Historia del Reino de Castilla. Barcelona: Editorial Hesperión,
1966.