Hace ya
meses que no escribo en este blog, tal vez porque las preocupaciones y
responsabilidades a las que uno tiene que hacer frente en el día a día
postergan esa posibilidad demasiado tiempo. Así las cosas son que desde abril
nada he escrito y por tanto es hora de dejar de nuevo huella.
Ayer estuve
leyendo sobre las reinas consortes españolas y pensé en escribir algo sobre una
de las reinas más admirables que ha tenido este país, y también de las menos
conocidas y reconocidas en la historia española: María Victoria dal Pozzo.
Era María
dal Pozzo (1847-1876) mujer cargada de virtudes y mesura por la que los propios
políticos españoles sentían admiración. Nació en Francia aunque eso sería una
anécdota en su vida ya que era italiana, descendiente de dos nobles e
importantes familias. Su padre era Carlo Enmanuele dal Pozzo V Príncipe de la
Cisterna, título que María Victoria heredaría de su padre por ser la
primogénita de la familia, y su madre fue Luisa Carolina de Mérode quien estaba
emparentada con la familia Grimaldi de Mónaco.
La
adolescencia de María estuvo cargada de dramatismo por los fallecimientos de su
padre y hermana menor. Tuvo que vivir una situación muy kafkiana cuando a la
muerte de su padre (1864) su madre perdió la razón y se negó a enterrar el
cadáver de su marido, pasando las noches velando el cuerpo acompañada de sus
dos hijas. Esa situación tuvo como desencadenante la muerte de su hermana
menor, Beatrice, que murió de tifus y estrés emocional un mes después que su
padre.
Tras la
muerte de Beatrice el luto más absoluto y riguroso se impuso en el Palacio de
la Cisterna, residencia familiar, que quedó cerrado a cal y canto. Esta
situación empezó a cambiar cuando María conoció al que se convertiría en su
marido el príncipe Amadeo, duque de Aosta e hijo del rey Víctor Manuel II de Italia.
María casó
en 1867 con el príncipe Amadeo, de esa manera y por ser éste hijo del rey de
Italia la princesa de la Cisterna pasó a tener tratamiento de Alteza Real.
Además recibió un nuevo nombre a añadir a los que ya tenía: Victoria, en honor
al rey Víctor Manuel II de Italia. En aquel año nada parecía indicar que María
Victoria se iba a convertir poco después en reina consorte de España.
Corría
finales de 1870 cuando Amadeo Duque de Aosta fue designado por las Cortes
españolas rey con el nombre de Amadeo I. Después de ciertas dificultades en la
elección de rey, que incluso fueron el detonante para iniciar la Guerra
Franco-prusiana a causa del candidato alemán, las Cortes se decidieron por
Amadeo de Aosta sus orígenes liberales y ser católico le encumbraba a ser el
nuevo soberano. La elección parecía acertada pero los enemigos internos y la
convulsa vida política en España que el nuevo rey iba a tener que padecer le
llevaron a su renuncia apenas dos años después.
Amadeo no
fue bien visto por la sociedad española, no terminaba de querer aprender
español y no se relaciona bien en un entorno que le era hostil. Sin embargo, la
reina María Victoria era el contrapunto a su esposo. Los diputados comprobaron
que se acercaba a hablar con ellos y los saludaba en perfecto castellano. Se la
veía como una persona amena que despertaba simpatía. Fue en su tiempo objeto de
veneración y respeto por su actitud discreta. Nunca se mezcló en política y
dedicó todos sus esfuerzos a obras de caridad, incluso después del exilio
cuando lo hacía de manera anónima.
Gracias a
sus aportaciones económicas se creó la primera guardería en España, inaugurada
por ella siendo aun reina, dedicada a los hijos de las lavanderas de orillas
del Manzanares.
Murió
consumida por la tuberculosis a los veintinueve años de edad, en San Remo
(Italia) en 1876. Fue apodada la Virtuosa, a buen seguro porque lo merecía.
Antonio
Díaz.
Bibliografía
CASALEGNO,
CARLA: Maria Vittoria, Il sogno di una principessa in un regno di fuoco. Effata
Editrice, 2003.
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