lunes, 20 de diciembre de 2010

Rusia y los Romanov (4): La Estrella del Norte.


Catalina II es, junto a Pedro I el Grande, el gobernante más popular de la historia imperial rusa. No era rusa, aunque tenía una lejana ascendencia que la vinculaba a Rusia, no corría tampoco sangre Romanov por sus venas, sin embargo llego a ser zarina de Rusia durante 34 años. Es evidente que el precedente de traspaso de poder entre Pedro I y su esposa cerca de 40 años antes facilitó su conversión de zarina consorte a zarina con pleno poder, aunque eso fuera por medios irregulares.
El nombre originario de Catalina antes de convertirse a la religión ortodoxa era Sofía Federica Augusta. Era noble y también princesa germana aunque de un rango inferior. Recibió la educación de tutores franceses, lo que era muy habitual en la época. Al igual que su madre era una mujer muy ambiciosa que soñaba en convertirse en la esposa del futuro zar Pedro III, y en eso encaminó todos sus esfuerzos cuando supo que ello podría ocurrir. La elección de la esposa del Gran Duque Pedro, que fue decisión de la zarina Isabel I tía de éste, no pudo ser más desacertada para el futuro zar, pero a Isabel I le gustaba Sofía y la boda se llevó a cabo en el verano de 1745. Posiblemente vio en ella lo que muchos veían cuando la consideraban inteligente, culta, hábil, sagaz, y muy apasionada, y ciertamente dejó muestras de ello.
El matrimonio fue un estrepitoso fracaso fundamentalmente por la torpeza e inmadurez de Pedro que no pudo consumar debidamente su matrimonio durante 12 años. Podría decirse que Pedro no era merecedor de aquella mujer que lo superaba ampliamente en inteligencia.
A principios de 1762 murió la emperatriz Isabel I y su sobrino Pedro se convirtió en Pedro III de Rusia. El nuevo zar se trasladó junto a su esposa Catalina al Palacio de Invierno de San Petersburgo. Pedro III sólo reinó durante seis meses, pero la impronta de gobierno que dejó fue nefasta, y es que hizo aquello que iba contra los intereses de Rusia. Sus orígenes germanos por parte paterna le llevaron a practicar una política filo-prusiana que en nada favorecía su estabilidad gubernativa y que provocaba el rechazo de una parte del ejército y de la nobleza.
En el mes de julio la Guardia Imperial Rusa, que estaba dirigida por el amante de Catalina, Grigori Orlov, se rebeló contra el zar y proclamó zarina a Catalina. Tres días después de los hechos Pedro III fue asesinado por el hermano de Grigori Orlov. Pedro no había tenido problemas en dejar el poder y sólo pedía regresar a su tierra y poder vivir con tranquilidad, pero el miedo de los conspiradores a que ocurriera un futuro regreso al poder del ex –zar mediante alguna sublevación le condenó a morir de manera injusta.
Catalina II fue una auténtica estadista y una de las figuras políticas más relevantes de su época. Si bien en su política interna no hizo mucho por mejorar la situación social y económica rusa, en el exterior su papel no pudo ser más beneficioso. Si para Pedro III Catalina II fue una tremenda desgracia, para Rusia su llegada al poder causó más beneficio que perjuicio. Ante todo intentó llevar a cabo una europeización del país recogiendo sin pretenderlo el testigo histórico de Pedro el Grande, y en efecto Rusia estuvo más presente que nunca en el contexto político europeo. Con ella Rusia vivió su máximo esplendor fundamentalmente por sus éxitos en política exterior, y es que consiguió ampliar sus fronteras con territorios como Crimea, Ucrania, Bielorrusia, Lituania y Curlandia.
Catalina hizo de Rusia la potencia dominadora del sudeste de Europa después de la primera Guerra Ruso-Turca (1768-1774). Las victorias rusas permitieron obtener el acceso al Mar Negro e incorporar las grandes estepas de la actual Ucrania meridional. En el concierto europeo anhelaba ser reconocida como soberana ilustrada y demostró un destacado papel como mediadora en conflictos internacionales.
Si en el plano político destacó no fue menos en el mecenazgo artístico viviéndose bajo su reinado una importante expresión de las artes, la literatura y la educación. Tuvo una particular y especial relación de amistad epistolar con Voltaire durante 15 años. Curiosamente nunca se vieron pero cuando el filósofo murió Catalina lloró amargamente su muerte. Voltaire dejó para la posteridad el apelativo de “La Estrella del Norte” a su querida zarina.
La relación de Catalina II con su hijo Pablo no fue fácil y parece probable que antes de morir quisiera dejar como heredero a su nieto Alejandro lo que finalmente no ocurrió. Murió en noviembre de 1796, un tiempo en que el Mundo comenzó a cambiar, un tiempo de revoluciones políticas y de cambios sociales.

1 comentario:

  1. Inteligente, culta, hábil, sagaz, y muy apasionada, mmmm, debio ser del signo Tauro, como yo, jaja.

    Feliz Navidad, Antonio.

    Un beso y un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar