Llevo un tiempo apartado de publicar en este mi blog
por lo que considero es causa justificada. Desde el día 30 de junio no he
publicado nada hasta este momento, y es que un encargo para un estudio que me
hizo llegar una muy noble institución sobre la primera dinastía de reyes de
Francia me ha tenido gratamente ocupado. He pensado que para mi regreso después
de más de un mes bien estaría volver a zambullirme en lo curioso de la historia
y en esas cosas que poco importan saber pero que siempre nos sorprenden.
Una de mis primeras publicaciones en este blog trató
sobre la Guerra de los diez días de Eslovenia. En ese post hablaba de lo breve
que fue, si es que de las guerras es oportuno resaltar su duración. Qué duda
cabe que cualquier guerra por corta que sea es un drama y que nadie en su sano
juicio desea una guerra, pero desde luego si han de seguir por desgracia aconteciendo
que todas duren lo que duró la guerra más corta de la historia, la Guerra anglo-zanzibariana
(1896).
Se discute sobre si fueron 38 o 40 minutos la
duración de la guerra más breve jamás conocida, en realidad eso poco importa,
es por eso que no queriendo quedarme corto con el tiempo he escogido para el
título la cifra de 40 minutos. En definitiva, es la más corta y unos minutos de
más o de menos poco trasciende en lo referente al record. Desde luego que la
guerra en cuestión parece casi un chiste por su duración, pero ninguna guerra
es para tomársela en broma, y en ésta como en todas hubo muertos.
La historia de Zanzíbar precisamente por su
situación geográfica es una perfecta desconocida para prácticamente casi todos.
Por eso hacer una breve mención a ella antes de hablar de la guerra más breve
parece indicado y aconsejable. Los portugueses fueron los primeros en dominar
la isla de Zanzíbar a principios del siglo XVI. A finales del siglo XVII se
convirtió en una de las posesiones del sultán de Omán, eso después de que fuera
conquistada por los persas. Finalmente Zanzíbar se convirtió en un protectorado
de Gran Bretaña en 1890.
La guerra se desencadenó tras la muerte el 25 de
agosto de 1896 del sultán Hamad ibn Thuwaini, proclive a los intereses y la
colaboración con la potencia colonial, y la llegada al poder de su primo Khalid
ibn Barghash mediante un golpe de Estado. El nuevo sultán obvió la preceptiva
aprobación que debía dar el cónsul de Gran Bretaña de cara al nombramiento, y
la metrópoli tenía previsto otro sultán más idóneo a sus intereses. A pesar de
las presiones británicas para que Khalid abdicara éste no lo hizo. El agravio
fue tomado como un casus belli. Se le
exigió a Khalid que ordenara retirar las tropas zanzibarianas estacionadas en
palacio, a lo que el nuevo sultán se negó atrincherándose con estas tropas
mediante barricada en el interior.
El ultimátum a Khalid expiró a las 9:00 horas del
día 27 de agosto. Dos minutos después comenzó el bombardeo de los ingleses al
palacio, que estaba defendido por población civil y por la guardia de palacio,
en total cerca de 2.800 personas. La guerra duró lo que duró el bombardeo, es
decir unos cuarenta minutos. En el bando del sultán murieron quinientas
personas, mientras en el de los ingleses sólo un marinero resultó herido.
Khalid recibió asilo político en el consulado alemán,
para después escapar a Tanganica. Los británicos pusieron como nuevo sultán a
Hamud ibn Muhammad, primo de Khalid. La derrota relámpago de Zanzíbar supuso la
pérdida de su soberanía política y el comienzo de una fuerte influencia de Gran
Bretaña desde ese momento hasta la descolonización.
En 1916, en plena Primera Guerra Mundial, los
británicos capturaron a Khalid y lo desterraron a la isla de Santa Elena. No
regresaría a África Oriental hasta 1925. Murió dos años después.
Antonio Díaz.