jueves, 3 de octubre de 2013

La Marca Hispánica


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A principios del siglo VIII los musulmanes llegan a la Península para acabar con el reino visigodo, y como consecuencia de esa invasión el poder carolingio comenzó décadas después a intervenir en el noreste de España contando para ello con el apoyo de la población autóctona. El dominio carolingio empezó a ser efectivo con las conquistas de Gerona (785) y Barcelona (801). Para comienzos del siglo IX, en consecuencia, se inicia la formación de la llamada “Marca Hispánica”, término sin reconocimiento jurídico unificado para el poder franco, pero explicativo de lo que en la práctica fue un territorio fronterizo frente al poder musulmán.

Al frente de los territorios conquistados los reyes francos designaron a condes, que según conviniera podían ser autóctonos o de origen franco. Pero el poder que se introdujo en el noreste de la Península por parte de los carolingios comenzaría más pronto que tarde a debilitarse. De hecho el tropiezo de Carlomagno en Roncesvalles ocurrido antes incluso que las conquistas de Gerona y Barcelona fue todo un prematuro síntoma de la que posteriormente sería debilidad política del poder carolingio en los territorios de los condados catalanes y aragoneses.

Tras la muerte de Luis I el Piadoso, hijo de Carlomagno, el Imperio carolingio comenzó a disgregarse con la división del mismo entre sus hijos. Mediante el Tratado de Verdún (843) la Marca Hispánica le correspondió a Carlos el Calvo, en calidad de rey de la Francia Occidental.

En el año 877 Carlos el Calvo como Emperador del Imperio carolingio, dignidad que ostentaría junto con la de rey de Francia Occidental, habiendo unificado el Imperio de nuevo, aunque fuera por poco tiempo, firmó la capitular de Quierzy . Con esta disposición se establecía la heredad de los principados y condados del Imperio. De esta manera se alentaba el nacimiento del feudalismo, siendo Francia el reino más paradigmático de este fenómeno histórico, como también se favorecía el proceso de los condados de la Marca Hispánica hacia su independencia de facto para finales del siglo IX.

No obstante, este camino a la independencia no se traduciría en unidad administrativa en los condados catalanes, que para principios del siglo X se encontraban fragmentados políticamente, si bien era el conde de Barcelona quien afirmaba progresivamente su hegemonía. El conde Wifredo el Velloso fue el último conde de Barcelona en ser designado por la monarquía franca y el primero que legó sus condados a sus hijos.

A pesar de la autonomía política conseguida por los condados catalanes los condes iban a mantenerse leales a los carolingios, lo que sólo cambiaría a finales del siglo X con la sustitución de la dinastía carolingia por la capeta. En 988 el conde Borrel II no rinde homenaje a nuevo rey franco Hugo Capeto aunque el soberano se lo requiriera, hecho éste considerado como el punto de partida de la independencia del Condado de Barcelona.

jueves, 15 de agosto de 2013

La guerra de los cuarenta minutos


 
Llevo un tiempo apartado de publicar en este mi blog por lo que considero es causa justificada. Desde el día 30 de junio no he publicado nada hasta este momento, y es que un encargo para un estudio que me hizo llegar una muy noble institución sobre la primera dinastía de reyes de Francia me ha tenido gratamente ocupado. He pensado que para mi regreso después de más de un mes bien estaría volver a zambullirme en lo curioso de la historia y en esas cosas que poco importan saber pero que siempre nos sorprenden.

Una de mis primeras publicaciones en este blog trató sobre la Guerra de los diez días de Eslovenia. En ese post hablaba de lo breve que fue, si es que de las guerras es oportuno resaltar su duración. Qué duda cabe que cualquier guerra por corta que sea es un drama y que nadie en su sano juicio desea una guerra, pero desde luego si han de seguir por desgracia aconteciendo que todas duren lo que duró la guerra más corta de la historia, la Guerra anglo-zanzibariana (1896).

Se discute sobre si fueron 38 o 40 minutos la duración de la guerra más breve jamás conocida, en realidad eso poco importa, es por eso que no queriendo quedarme corto con el tiempo he escogido para el título la cifra de 40 minutos. En definitiva, es la más corta y unos minutos de más o de menos poco trasciende en lo referente al record. Desde luego que la guerra en cuestión parece casi un chiste por su duración, pero ninguna guerra es para tomársela en broma, y en ésta como en todas hubo muertos.

La historia de Zanzíbar precisamente por su situación geográfica es una perfecta desconocida para prácticamente casi todos. Por eso hacer una breve mención a ella antes de hablar de la guerra más breve parece indicado y aconsejable. Los portugueses fueron los primeros en dominar la isla de Zanzíbar a principios del siglo XVI. A finales del siglo XVII se convirtió en una de las posesiones del sultán de Omán, eso después de que fuera conquistada por los persas. Finalmente Zanzíbar se convirtió en un protectorado de Gran Bretaña en 1890.

La guerra se desencadenó tras la muerte el 25 de agosto de 1896 del sultán Hamad ibn Thuwaini, proclive a los intereses y la colaboración con la potencia colonial, y la llegada al poder de su primo Khalid ibn Barghash mediante un golpe de Estado. El nuevo sultán obvió la preceptiva aprobación que debía dar el cónsul de Gran Bretaña de cara al nombramiento, y la metrópoli tenía previsto otro sultán más idóneo a sus intereses. A pesar de las presiones británicas para que Khalid abdicara éste no lo hizo. El agravio fue tomado como un casus belli. Se le exigió a Khalid que ordenara retirar las tropas zanzibarianas estacionadas en palacio, a lo que el nuevo sultán se negó atrincherándose con estas tropas mediante barricada en el interior.

El ultimátum a Khalid expiró a las 9:00 horas del día 27 de agosto. Dos minutos después comenzó el bombardeo de los ingleses al palacio, que estaba defendido por población civil y por la guardia de palacio, en total cerca de 2.800 personas. La guerra duró lo que duró el bombardeo, es decir unos cuarenta minutos. En el bando del sultán murieron quinientas personas, mientras en el de los ingleses sólo un marinero resultó herido.

Khalid recibió asilo político en el consulado alemán, para después escapar a Tanganica. Los británicos pusieron como nuevo sultán a Hamud ibn Muhammad, primo de Khalid. La derrota relámpago de Zanzíbar supuso la pérdida de su soberanía política y el comienzo de una fuerte influencia de Gran Bretaña desde ese momento hasta la descolonización.

En 1916, en plena Primera Guerra Mundial, los británicos capturaron a Khalid y lo desterraron a la isla de Santa Elena. No regresaría a África Oriental hasta 1925. Murió dos años después.

Antonio Díaz.

domingo, 30 de junio de 2013

El Principado de Laitec


Bandera del Principado de Laitec (desde 1788)
(Antigua bandera de la Compañía Holandesa)

“Las desigualdades basadas en las elecciones son legítimas, pero las desigualdades basadas en las circunstancias no lo son”.
Antonio Gil Iñiguez, novelista chileno y Protector del Principado de Laitec.
Seguramente pocos que lean este blog habrán oído hablar de Laitec. Lo extraño es que alguien  que no sea ciudadano del cono sur americano sepa algo sobre ese lugar. Lo cierto es que Laitec es una pequeña isla chilena con un encanto especial y místico. Situada a 10 kilómetros de la isla Chiloé, que a su vez es la isla principal del archipiélago de Chiloé, Laitec tiene 15 kilómetros de longitud y es todo un paraíso por descubrir.
Pero el motivo de querer hablar aquí sobre Laitec no está en querer descubrir sus aspectos geográficos y turísticos, aspectos que no pertenecen a la temática de este blog, sino lo histórico. Y es que lo más sorprendente del territorio que nos ocupa es la misma historia de Laitec, ya que la isla, según afirman en la actualidad sus defensores, fue un Principado holandés cuyo origen se remonta al siglo XVII. Resulta curioso saber cómo esa circunstancia ocurrió si se piensa en los puntos coloniales de los holandeses en el continente americano y lo tan al sur que Laitec quedaba con respecto a esas posesiones de naturaleza eminentemente comercial.
Para poder comprender mejor lo sucedido en Laitec es necesario poner en su contexto histórico los hechos acaecidos allí. Fue precisamente la lectura de la temática colonial europea en América lo que me hizo descubrir hace unos días la historia de ese pintoresco principado holandés creado en el siglo XVII. A pesar de mi formación académica nada conocía de la isla que nos ocupa. Así que con sorpresa supe que allí, en la zona más al sur del planeta, también habían estado los holandeses.
Si bien siempre se ha querido resaltar en la historia impartida en nuestro país las colonizaciones española, portuguesa, inglesa y francesa en América, por lógicos motivos, no se debería olvidar que también otros países europeos estuvieron allí. Ese es el caso de los holandeses, que en los comienzos de los Países Bajos (por aquel entonces Provincias Unidas) como Estado independiente, aunque no lo fuera de iure, comenzaron a expandirse por todos los continentes, como también es bastante desconocido el caso de los suecos, especialmente singular por la poca proyección colonial del país nórdico a lo largo de su historia.
El primer asentamiento holandés en continente americano fue Nueva Ámsterdam (actual Nueva York), ciudad fundada en 1626 y en poder de los holandeses hasta 1664 cuando les fue arrebatada por los ingleses. En ese intervalo de tiempo consiguieron arrebatarles a los suecos en 1655 la colonia de Nueva Suecia, que se encontraba en la frontera sur de Nuevos Países Bajos, nombre de la provincia que integraba los territorios holandeses en Norteamérica. Posterior a la llegada a Norteamérica de los holandeses es su expansión por las Antillas del Caribe y el norte de Brasil, de donde fueron expulsados en 1654. Pero si permanecieron por largo tiempo en Surinam y parte de las Guyenas.
Un siglo antes de estos hechos, hacia 1567, se inicia el proceso de conquista española de las islas del archipiélago de Chiloé por orden del gobernador de Chile Rodrigo de Quiroga. En 1598 se produce la Batalla de Curalaba en la que los autóctonos mapuches vencen y asesinan al gobernador chileno. La isla de Chiloé queda entonces separada del resto de posesiones españolas.
La primera llegada de los holandeses al archipiélago de Chiloé se produce en 1600 con la expedición de cinco navíos de Jacob Mahu que había partido de Rotterdam en 1598 con el objetivo de establecer colonias en América y socavar el poderío español en el continente. Al cruzar el Estrecho de Magallanes las tormentas separaron a los navíos y el comandado por Baltazar de Cordes se refugió en el archipiélago de Chiloé. Allí tomaron contacto con los nativos y con desertores españoles que les informaron de la indefensión en la que se encontraba Castro, el principal puerto de Chiloé.
Se planeó un ataque de indígenas por mar y tierra mientras los holandeses se hacían pasar por aliados de los españoles. Esta intervención consiguió que los holandeses se hicieran dueños de toda la colonia durante algunos meses, pero la reacción española en el llamado Combate de Castro consiguió arrebatar a los holandeses la colonia.
En 1643 la Compañía Holandesa de las Indias Orientales convence a la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales y al príncipe Juan Mauricio de Nassau-Siegen para organizar una expedición de conquista a Chile, con el objetivo de luchar contra los españoles y establecer una base holandesa en el Pacífico que les sirviera para el comercio de oro.
La expedición de conquista partió de Holanda a Brasil y desde Brasil a las costas chilenas en enero de aquel 1643. Al mando de la empresa se encontraba el navegante holandés Enrique Brower, quien contaba para el objetivo marcado desde Países Bajos con 5 buques y 350 hombres. Después de desembarcar en la isla de Chiloé Brower comenzó sus operaciones militares contra los españoles, pero la mínima presencia de fuerzas españolas en el poblado de Castro hizo que los españoles desistieran y en el mes de junio abandonaran el pueblo.
Algunos caciques locales de la isla de Chiloé se acercaron a los holandeses expresando el odio que sentían por los españoles al verse explotados, y quisieron darles a conocer sus deseos de establecer en adelante alianzas. Pero la muerte de Brower en agosto después de que se hubiera puesto enfermo semanas antes iba a complicar la misión. Le sucede en el mando su segundo Elías Herckmans, que desembarcó en las ruinas de Valdivia, población abandonada tras la derrota española de 1598 frente a los mapuches. Permanecieron allí hasta octubre cuando abandonaron el lugar rumbo de regreso a Brasil, sin haber conseguido el objetivo de fundar establecimiento alguno. Después de que los holandeses hubieran manifestado su intención de regresar el virrey del Perú envia unos 1.000 hombres en 20 barcos para reasentarse en Valdivia y asegura la zona con el sistema de fuertes de Valdivia.
Según afirman en la actualidad los defensores del Principado de Laitec, este principado fue fundado por Brower y sus soldados en la minúscula isla de Laitec en alianza con sus habitantes los huilliches. A pesar de investigar por la red la historia de este principado poca ha sido la información que he conseguido obtener, y esa información ha venido precisamente dada fundamentalmente por los que afirman ser poseedores del legado histórico del Principado.
La vinculación entre la población autóctona de la isla y los holandeses generaría la voluntad por parte de los nativos de tener una identidad política propia vinculada al legado holandés que se alargaría durante los siglos posteriores y que estaría subyugada por los poderes español primero y chileno después.
En la actualidad el principal defensor del legado de Laitec es el novelista chileno Antonio Gil Iñiguez, que es considerado por sus seguidores como el Protector del Principado de Laitec, ostentando precisamente ese título de Protector. Después del fallecimiento en 2003 del último Príncipe nominal de Laitec S.A.S. don Pedro I, descendiente directo del corsario inglés Low, quien naufragó en las costas de Chiloé hacia 1700 y que dio lugar a un linaje dinástico, la causa principesca laitecana ha entrado en un complejo entramado de sucesión.
Debido a la necesidad de dirimir el futuro del Principado y ante la dificultad de designar a un nuevo príncipe, el 27 de mayo de 2009 el llamado Tribunal Supremo de Sucesión Legitimista entroniza a Elisa Amelia Gil, hija del Protector Antonio Gil, como Soberana Princesa Regente del Principado en el exilio. S.A.S. Elisa Amelia I es la tercera mujer que se ciñe la corona del Principado después de Ikiuni I, quien en el siglo XIX fue recibida por diversas Casas Reales en Europa, y Nadja I (1897-1937), quien nunca conoció el territorio.

El Principado ha recibido el apoyo de varias Casas Reales, e incluso la propia Casa Real Holandesa ha mostrado interés en este principado, que sin tener aspiraciones territoriales respecto del poder central chileno reivindica a Laitec como referente simbólico y ceremonial, y reclama (por ahora) la categoría de “Territorio Autónomo Simbólico y Legendario”.

domingo, 23 de junio de 2013

El tiempo de los Borgoñas de Castilla (4): Las crisis políticas castellanas (1284-1369)


Después de más de cincuenta años de una cierta estabilidad social y política interna en Castilla, que permitió el avance castellano hacia el sur arrebatando una importante parte de territorio a los musulmanes, para 1272 en los últimos años del reinado de Alfonso X las disputas internas volverían a debilitar al reino. Los propósitos centralizadores y de reforzamiento del poder real del monarca se vieron frenados por los nobles, a lo que tres años después se uniría la disputa por la sucesión en el trono cuando murió el primogénito varón de Alfonso X, el infante Fernando de la Cerda.

A pesar de que Alfonso X desheredó a su segundo hijo varón Sancho, quien no aceptó que el trono recayera en Alfonso, el primogénito varón de Fernando de la Cerda, Sancho se convirtió en Sancho IV de Castilla a la muerte de su padre en 1284.

Se abría desde esos momentos un tiempo de conflictos internos, algo por lo demás muy frecuente en el Medievo español, que se alargaría durante décadas y que encontraría su culmen para mediados del siglo XIV. El hecho de que los monarcas en la Edad Media en realidad fueran los principales nobles de los reinos, y que su condición de reyes dependiera en muchos momentos de la voluntad de los nobles, hacía de ellos unos nobles más,  sin duda los más importantes, si bien no siempre los más poderosos. A esa circunstancia no fue ajena Castilla, que debería esperar a la llegada de los Reyes Católicos para que el poder real fuera precisamente eso, real.

Las bases de un poder real fuerte y centralizado se habían puesto en tiempos de Fernando III y de su hijo Alfonso X, pero pasarían más de doscientos años hasta que eso se viera reflejado en Castilla de manera palmaria. Por de pronto Sancho IV tuvo que enfrentarse al conflicto abierto con la sucesión que él mismo había alterado. 

Una parte del apoyo de la nobleza a Sancho IV para su ascenso al trono vino motivada por la política llevada a cabo por su padre, y por la admiración que Alfonso X tenía por las culturas árabe y judía. Pero Sancho IV también tendría que enfrentarse no sólo a los partidarios de los infantes de la Cerda sino también a la nobleza.

Uno de los conflictos más relevantes al que tuvo que hacer frente el rey sería el protagonizado por su hermano menor el infante don Juan, quien en su sublevación pidió ayuda a los benimerines de Marruecos originando con ello el llamado conflicto de Tarifa. La plaza una vez sitiada fue fielmente defendida por su gobernador Guzmán el Bueno, señor de León, y los benimerines tuvieron que regresar a Marruecos. Se desbarataba así los planes de don Juan y del sultán de Marruecos, que pretendía realizar una invasión.

Sancho IV sólo llegó a reinar once años al morir en 1295 dejando como heredero a su hijo Fernando que contaba con nueve años de edad. Dejaba también la herencia del conflicto con los infantes de la Cerda, y por tanto más tiempo de inestabilidad en Castilla. Sin duda el reinado de Fernando IV (rey, 1295-1312) iba a estar cargado de dificultades que hicieron muy difícil su permanencia en el trono. Para empezar, y como problema originario, tanto sus hermanos como él mismo eran considerados hijos ilegítimos al no reconocerse el matrimonio entre Sancho IV y su esposa María de Molina. El motivo de tal hecho venía determinado por dos circunstancias: la primera, los lazos de consanguinidad de sus padres; la segunda, la existencia de unos esponsales anteriores del entonces infante Sancho con una rica heredera catalana. Finalmente el Papa Bonifacio VIII legitimó el matrimonio entre Sancho IV y María de Molina.

El trono por tanto, y a pesar de la legitimación papal,  se prestaba a disputa y como no podía ser de otra manera surgió un pretendiente a ser el sucesor de Sancho IV en detrimento de Fernando IV. Se trataba del infante Juan de Castilla, tío del rey y quien ya había causado problemas al rey Sancho. De esta manera el destino volvía a repetir la situación de la sucesión de Alfonso X y su hijo Sancho, en esta ocasión sin repercusión contraria a los intereses de Fernando IV, el heredero natural.

Como pasara con sus antepasados el nuevo rey prosiguió la empresa de la Reconquista, y a pesar de no conseguir conquistar Algeciras, en 1309 se hace con la plaza de Gibraltar. En 1312, año de la muerte del rey, se conquista el municipio jienense de Alcaudete. Al igual que su abuelo Alfonso X fue un rey reformador que impulsó cambios en y en todos los ámbitos de la administración, y tal como se propuso su abuelo intentó un reforzamiento de la Corona en detrimento de la nobleza.

A la muerte de Fernando IV quedó como heredero su hijo Alfonso que en el momento del suceso contaba sólo con un año de edad. Se repetía así de nuevo la eventualidad de un rey-niño. En esta ocasión y por suerte para el nuevo rey Alfonso XI no habría disputa de trono, aunque las rivalidades que se originarían por la regencia si estarían presentes en los comienzos del reinado. Los infantes don Juan, tío abuelo del monarca y don Pedro, tío del monarca, se hicieron cargo de la regencia, y su madre Constanza de Portugal de la tutela del nuevo rey. Cuando en 1313 muere Constanza la tutela pasó a ejercerla la abuela del rey, doña María de Molina.

En 1319 muren los dos regentes quedando como única regente doña María de Molina, y al fallecimiento de ésta en 1321 se divide el reino por las pretensiones a la regencia de los infantes Felipe, tío del monarca, don Juan Manuel, tío segundo y don Juan el Tuerto, hijo del fallecido tutor don Juan y también tío segundo del rey. Estas disputas debilitarían al reino y facilitaría el saqueo de los moros y de nobles rebeldes.

La debilidad de Castilla en estos primeros años del reinado de Alfonso XI terminaría con la mayoría de edad política del rey en 1325, cuando asume con decisión el poder. Con Alfonso XI asistimos a un fortalecimiento del poder real, ejemplo de ello fue su habilidad en dividir a sus adversarios y su predisposición a ejecutar a aquellos opositores que cuestionaran su reinado, como fue el caso de don Juan el Tuerto. Fue precisamente esa disposición a controlar a la nobleza lo que le valió el apodo de el Justiciero.

Al igual que sus antepasados luchó contra los musulmanes y consiguió afianzar el dominio cristiano en el sur con la conquista del Estrecho de Gibraltar (1340) y del Reino de Algeciras (1344). Consiguió también algo políticamente importante como era el reconocimiento a su favor por parte del pretendiente al trono Alfonso de la Cerda como rey de Castilla, con lo que terminaba la disputa heredada de tiempos de Sancho IV.

A la muerte del rey en 1350 le sucede su hijo Pedro I. Se abría con este rey un periodo muy convulso en el que se producirían de nuevo luchas por el trono que desembocarían en abierta guerra civil. Pedro I llamado el Cruel por sus detractores crecería bajo la crianza de su madre la reina María de Portugal, sin que recibiera la suficiente atención de su padre, llevado por el amor hacía su amante Leonor de Guzmán. Careció por tanto del aprendizaje necesario para ejercer de buen rey que a buen seguro su padre Alfonso XI hubiera podido darle.

Pedro I llega a ser rey con dieciséis años teniendo que sufrir desde el principio las disputas entre facciones que rivalizaban por el poder. Eran dos las facciones en cuestión, la primera representada por los hijos ilegítimos habidos entre Alfonso XI y Leonor de Guzmán entre los que estaba Enrique de Trastamara, y la segunda por los partidarios de la reina madre María de Portugal. Fue esta segunda facción la que se hizo con el poder. El poder sería en estos primeros años controlado por el favorito del rey, el portugués Juan Alfonso de Alburquerque.

En las Cortes de Valladolid de 1351-1352 el rey afirmó su alianza con las ciudades con una serie de medidas y reformas, que los nobles entendieron como un ataque a sus privilegios, lo que provocaría una creciente enemistad hacia el rey.

A la enemistad de parte de la nobleza se le uniría la de Francia, en una demostración de torpeza diplomática. En 1353 el rey se casa por razones de Estado con Blanca de Borbón, hermana de la reina consorte de Francia Juana de Borbón. Pero el rey abandona a la nueva reina a los dos días por incumplimiento de la dote por parte de Francia y la hace prisionera. A partir de entonces el rey no haría vida conyugal con la francesa, y esa sería una de las excusas que utilizarían sus enemigos  para enfrentarse a él. El fracaso de este primer matrimonio provoca la caída de su favorito Alburquerque y la rebelión de varias ciudades.

Antes de esta boda desafortunada el rey ya tenía por amante a la noble María Padilla quien le daría tres hijas, Beatriz, Constanza e Isabel y un hijo, Alfonso. El Papa amenazó con excomulgar al rey si no hacía vida conyugal con la reina Blanca, pero Pedro I hizo caso omiso. Consiguió la anulación matrimonial de las autoridades eclesiásticas castellanas y concertó su matrimonio con Juana de Castro, otra noble que le daría un hijo y una hija. No obstante también se desentendió pronto de este segundo matrimonio para hacer de nuevo vida con María Padilla.

En 1361 Pedro I manda asesinar a su esposa Blanca con la intención de coronar reina a María Padilla, pero ésta muere ese mismo año. Un año después el rey consigue que sean anulados los dos anteriores matrimonios por el arzobispo de Toledo, y además de las Cortes consigue también que sea legitimada su descendencia con María. Pedro llegó a afirmar que se había casado en secreto con María y que su única y primera esposa había sido ella.

Habiendo sufrido ya varias rebeliones desde los inicios del reinado entre ellas las de sus propios hermanastros Enrique de Trastamara, Fadrique y Tello, Pedro entró en guerra con Aragón en 1357, con lo que abría un nuevo frente en el que luchar. En este contexto Enrique de Trastamara apoyó a Aragón con sus seguidores castellanos, aragoneses y mercenarios franceses a cambio de ser ayudado en su pretensión de destronar a su hermanastro Pedro I.

En 1366 Enrique vence a Pedro I y es proclamado rey en Calahorra, pero un año después Pedro I regresa de su exilio y ayudado por los ingleses se impone a su hermanastro en la Batalla de Nájera. Finalmente, después de reorganizar sus ejércitos y con el apoyo de varias ciudades castellanas y de mercenarios franceses, las llamadas Compañías Blancas, de Bertrand Du Glesclin, Enrique derrota a Pedro I en la Batalla de Montiel, marzo de 1369. Estando sitiado después de la batalla Pedro I muere a manos de su hermanastro, al haber sido llevado ante él con engaños. Se convierte así Enrique en nuevo rey  de Castilla como Enrique II e instaura la dinastía Trastamara, que pasadas unas décadas también sería Casa reinante en Aragón, y de la que fueron descendientes los Reyes Católicos.

Con la muerte de Pedro I se daba por finalizada la Casa de Borgoña como Casa reinante en Castilla, pero los derechos sucesorios de Pedro heredados por su hija Constanza (el heredero Alfonso muere con tres años de edad en 1362), serían legados a su vez a su hija Catalina de Lancaster, quien con su matrimonio con Enrique III de Castilla (nieto de Enrique II) uniría ambas ramas sucesorias de Alfonso XI al llegar al trono el hijo de Enrique III y Catalina, Juan II de Castilla. De esta manera se arreglaba el pleito sucesorio abierto desde la muerte de Pedro I, el último rey de la Casa de Borgoña de Castilla.

Bibliografía

Salvador Martínez, H (2003). Alfonso X el Sabio (1ª edición). Madrid: Ediciones Polifemo.

Menezo Otero, Juan José (2005). Reinos y Jefes de Estado desde el 712 (5ª edición). Madrid: Historia Hispana.

Coria Colino, Jesús J.; Francia Lorenzo, Santiago (1999). Reinado de Fernando IV (1295-1312) (1ª edición). Palencia: Aretusa.

González Mínguez, César (1995). Fernando IV, 1295-1312 (1ª edición). Palencia: La Olmeda.

Díaz Martín, Luis Vicente: Pedro I el Cruel (1350-1369). 2ª ed. Gijón: Trea, 2007.

Montoto, José María: Historia de don Pedro I de Castilla. Sevilla: Editorial Ibérica, 1845.

Rocasolano, Javier: Historia del Reino de Castilla. Barcelona: Editorial Hesperión, 1966.

jueves, 20 de junio de 2013

El tiempo de los Borgoñas de Castilla (3): El rey santo y el rey sabio.



Al periodo de inestabilidad política en Castilla ocurrido después de la muerte de Alfonso VII en 1157 y hasta la llegada al trono de Fernando III en 1217 le iba a suceder a partir de entonces un tiempo de estabilidad protagonizada por los reinados tanto de Fernando III como de su hijo Alfonso X el Sabio. Ciertamente los problemas políticos iban a volver a acentuarse para finales del reinado de este último, pero en este tiempo que se extendería desde 1217 hasta 1284 acontecerían los dos reinados claves del Medievo castellano hasta la llegada de Isabel la Católica.

No hay duda que un desarrollo político continuo en el tiempo y sin especiales conflictos, unido a la decisión de ambos reyes, conduciría a una época de éxitos no exenta de la presencia también de revueltas nobiliarias, algo tan frecuente en la historia medieval española, en este caso en la etapa final de Alfonso X.

Tanto con Fernando III como con Alfonso X se produce el avance definitivo hacia el sur en la eterna lucha contra el Islam, y con ellos se consolida esa posición territorial que ya no se iba a revertir. Con los reinados del rey santo y del rey sabio Castilla entra en la contundente construcción de un nuevo tiempo, tanto por sus conquistas como por sus aportaciones culturales.

Las cosas, no obstante, no iban a ser fáciles al principio para Fernando III. Distanciado de su padre Alfonso IX de León desde la separación de sus padres, y habiendo fomentado el rey leonés una rebelión nobiliaria contra su hijo, el nuevo rey tendría un principio de reinado agitado. Por suerte para Fernando III la cosa no iría a mayores.

La decisión que su madre la reina Berenguela había tenido de cederle el trono a su hijo convertía a Fernando en rey de Castilla, y la muerte de su padre en 1230 lo llevaría a disputarle el trono a sus hermanastras Sancha y Dulce, depositarias de los derechos sucesorios de León por deseo de Alfonso IX.

Una vez que Fernando III amenazó a sus hermanastras con invadir León, se acordó una compensación económica y la cesión de algunas tierras castellanas que revertirían a Castilla cuando tanto Sancha como Dulce fallecieran. En esta mediación tendría mucho que ver su madre Berenguela, y ayudaría a su favor el hecho de la inviabilidad de la sucesión de ambas herederas en perjuicio del legítimo heredero que era Fernando III en su condición de varón. Es por tanto en 1230 cuando vuelven a unificarse León y Castilla, hecho éste que reforzaba la posición de Fernando III y en adelante la supremacía de Castilla sobre León, algo que hasta este momento no se había producido de manera clara.

El eje principal del gobierno de Fernando sería la guerra contra los musulmanes. Ya desde los primeros años de reinado se enfrenta a ellos aprovechando las discordias entre los almohades que se produjeron a partir de 1224. Entre 1225 y 1227 los castellanos se hacen con Andújar, Martos, y Baeza, puntos estratégicos para la conquista de Andalucía.

Tras lograr la unión de sus reinos, se dedicó sistemáticamente a la conquista del valle del Guadalquivir. En 1231 tomó la plaza de Cazorla en Jaén. Las fuerzas reales se adueñaron posteriormente de la campiña cordobesa y de manera inesperada se apoderaron de Córdoba en 1236. Cuatro años después se apoderó de Lucena. En 1243, el rey de la taifa de Murcia se sometió a vasallaje, y poco después el hijo del rey, el infante Alfonso, ocupó el reino murciano de forma pacífica. En 1244, se establecen las fronteras con la Corona de Aragón en el Tratado de Almizra, asignando al Reino de Castilla las plazas de Orihuela, Elche y Alicante. Este mismo año, Rodrigo González Girón y el Maestre de Santiago, Pelayo Pérez Correa, se apoderaron de los últimos reductos murcianos: Cartagena, Lorca y Mula.

Después de la conquista del sureste se dirige de nuevo a tierras del valle del Guadalquivir. Jaén es conquistada en 1246 y Sevilla en 1248, después de que ésta sufriera un asedio de quince meses. A la conquista de Sevilla le sigue la de Medina Sidonia y Arcos de la Frontera. Quedaba así establecida con todas estas conquistas la base para afianzar el poder cristiano en el sur peninsular.

Además de su labor conquistadora Fernando III también sobresalió en medidas políticas y socioculturales. Trató de centralizar y unificar la administración de los reinos leonés y castellano, e impuso el castellano como lengua oficial de sus reinos en sustitución del latín.

En el ámbito cultural tampoco iba a defraudar la labor llevada a cabo, y dicha labor serviría de inspiración para su hijo Alfonso X que tanto bien cultural dejó a la posteridad. Ordenó levantar las catedrales de Burgos y León, y se preocupó en darle importancia en su corte a la música y la literatura.

A sus conquistas sobrevive poco tiempo, muriendo en 1252 cuando planeaba una expedición contra el norte de África con el objetivo de frenar posibles amenazas que vinieran de esa zona. En febrero de 1671 fue canonizado por el Papa Clemente X convirtiéndose así en rey santo.

La idea de una invasión del norte de África la continuará el primogénito de Fernando III, el rey Alfonso X el Sabio, de manera ambiciosa sobre el papel pero muy poco trascendente en la práctica. La gran invasión que se proyectaba quedó en simples escaramuzas de rapiña y en la ocupación de alguna plaza costera, si bien el objetivo de conquistar Ceuta no llegó a producirse. Pero el rey sabio no iba a recordarse precisamente por sus logros guerreros, aunque como buen hijo de su padre de eso también hubo.

Si hay un ámbito donde especialmente destacó el sucesor de Fernando III fue en su vertiente reformadora en política interior. Con Alfonso X se empieza a cimentar el Estado moderno hispánico que se desarrollaría plenamente en tiempos de los Reyes Católicos. El rey pretendía renovar y unificar los diversos fueros que regían sus dominios. Para lograr esa unificación jurídica mandó redactar el Fuero Real para las ciudades de los reinos castellanos. En 1256 encargó a su equipo de juristas la redacción de Las Siete Partidas elaboradas entre 1256 y 1265, un nuevo código legal ampliado basado en el Derecho romano-canónigo. La esencia de este código legal ha llegado hasta nuestros días en lo referente a las normas de sucesión a la Corona, dando preferencia en la sucesión al varón sobre la mujer y la posibilidad de reinar a las mujeres en caso de no existir heredero varón.

Las Siete Partidas, una obra legal encomiable, le iba a ocasionar graves problemas al rey en la etapa final de su reinado. La norma clarificadora de la sucesión le enfrentaría a su segundo hijo varón Sancho, y las reformas legislativas, en un sentido más amplio, le iba a enfrentar a una parte de la ciudadanía y de la nobleza, cuyos privilegios se veían amenazados por la creciente intervención del Estado en las legislaciones privativas. Este rechazo provocaría la rebelión nobiliaria de 1272 y traería la inestabilidad de nuevo a Castilla en la etapa final del reinado del rey sabio.

La gran mayoría de los nobles encabezados por el infante Felipe, hermano del rey, le iba a plantear a Alfonso X en 1272 una serie de reivindicaciones centradas principalmente  en el deseo de que el soberano renunciara a su política autoritaria y centralizadora, queriendo obtener una renuncia a esa política y pidiendo la derogación de las leyes que el rey había impuesto para llevarla a cabo. La negativa del rey a las propuestas hace que los nobles rebeldes se exilien en Granada. Entre 1272 y 1273 el infante heredero Fernando de la Cerda negocia la reconciliación con los rebeldes en un contexto de guerra con Granada. Finalmente consigue la paz con  el reino nazarí y con la nobleza castellana.

Pero los problemas para Alfonso X no terminaron con la revuelta nobiliaria. Dos años después del fin de la rebelión nobiliaria muere el heredero Fernando. Si se tenía en cuenta el derecho consuetudinario castellano al morir el heredero primogénito los derechos sucesorios debían pasar a su hermano menor Sancho. Pero la introducción de Las Siete Partidas hacía recaer la herencia en los hijos del fallecido Fernando de la Cerda.

Aunque Alfonso X se inclinó en un principio por satisfacer las aspiraciones de su hijo Sancho contraviniendo así las normas sucesorias que él mismo había introducido, se vio obligado posteriormente a compensar a sus nietos los infantes de la Cerda. La pretensión del rey de crear un reino en Jaén para Alfonso, el mayor de los infantes, provocó la rebelión de Sancho y de buena parte de la nobleza, llegando a desposeer al rey de buena parte de sus poderes, aunque no de su título. Sólo Sevilla, Murcia y Badajoz permanecieron fieles al monarca.

Alfonso X murió en 1284 cuando estaba recuperando parte del poder perdido, y aunque desheredó a su hijo Sancho finalmente éste se convertiría en Sancho IV de Castilla, siendo coronado en Toledo en abril de aquel año.

 

Bibliografía

Ansón, Francisco. Fernando III. Ediciones Palabra1998.

González Jiménez, Manuel (2006). Fernando III el Santo: el rey que marcó el destino de España. Fundación José Manuel Lara.

Rodríguez López, Ana (1994). La consolidación territorial de la monarquía feudal castellana: expansión y fronteras durante el reinado de Fernando III. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Ballesteros Beretta, Antonio (1984). Alfonso X el Sabio. Barcelona: Ediciones El Albir, S.A.

González Jiménez, Manuel (octubre de 2004). Alfonso X el Sabio (1ª edición). Barcelona: Editorial Ariel S.A.

 


sábado, 15 de junio de 2013

El tiempo de los Borgoña de Castilla (2): Castilla sin león, de Sancho III a Berenguela I (1157-1217)





El reinado más breve de la historia fue el que protagonizó Luis Antonio de Borbón Duque de Angulema (Luis XIX) en la Francia de 1830. Aunque parece que no hay acuerdo unánime entre los expertos por sí fueron veinte o tan sólo cinco minutos los que Luis Antonio de Borbón reinó lo cierto es que no ha existido reinado de menor duración en la historia. Teniendo en cuenta esta brevedad soberana aludida considerar reinados breves a tres de los cuatro que sucedieron al reinado de Alfonso VII entre 1157 y 1217 parece de broma si hacemos comparación de tiempo. Pero bien cierto es que desde el año de la muerte de Alfonso VII hasta la renuncia al trono de Berenguela I, en total un intervalo de sesenta años, tienen lugar cuatro reinados en Castilla, demasiados para seis decenios.

De los cuatro reinados que acontecen en este periodo en Castilla, cuando ésta y León son independientes entre sí, sólo uno se extiende lo suficiente en el tiempo como para no considerarse breve. Tras la muerte de Alfonso VII, en lugar de salir reforzada Castilla políticamente, con la división de los reinos leonés y castellano se abre un periodo de debilidad en el que los dos reinos vivirían momentos de inestabilidad y guerra civil.

Si Alfonso VII representó como emperador hispano una idea de globalidad y cierta superioridad jurídica sobre los reinos cristianos peninsulares, también con su herencia política trajo la división entre los reinos que había gobernado. A su hijo primogénito Sancho III le dejó en herencia el Reino de Castilla, y a su segundo hijo varón Fernando II le dejó el Reino de León. Seguía con esta decisión una vieja tradición real, más propia de los navarros, consistente en dividir los reinos entre los hijos.

En cierta manera esta decisión era contradictoria si pensamos en las ansias expansionistas de Alfonso VII y su decisión de dividir los territorios antes de su muerte, pero así iba a suceder en 1157. Y todo lo anterior resulta más paradójico si cabe cuando pensamos en las frustradas intenciones desde Castilla en tiempos de Alfonso VII de unir dinástica y políticamente las Coronas de Aragón y Navarra con Castilla y León.

Sancho III de Castilla tendría un reinado corto en el que sólo gobernaría durante un año, breve tiempo en el que uno de sus logros fue recibir los homenajes de su cuñado Sancho VI de Navarra y de Ramón Berenguer IV de Barcelona, que se declaraban vasallos suyos. De esta manera seguía el ejemplo de su padre el Emperador Alfonso VII.

En el corto periodo en que fue rey Sancho III tuvo tiempo también de invadir el reino de su hermano Fernando II de León, pero no llegaron a enfrentarse al llegar a pactar el Tratado de Sahagún. Sancho III se comprometió a devolver a su hermano las tierras fronterizas ocupadas de León, los dos hermanos acordaron repartirse las áreas de influencia sobre los territorios musulmanes aún no conquistados, prestrarse ayuda mutua frente a terceros, y sobre todo llegaron a un acuerdo de sucesión solidaria en el trono en caso de que uno de los monarcas falleciera sin descendencia, siendo el hermano superviviente el destinado a heredar el reino del fallecido.

La última disposición no llegaría a cumplirse ya que a la muerte de Sancho III le sucedió su hijo Alfonso, por entonces menor de edad (sólo tenía dos años y medio). Esa minoría de edad provocaría una lucha por el poder entre la Casa de Lara y la Casa de Castro, dos de las familias nobles más importantes de Castilla.

Si el reinado de Sancho III fue muy breve el de su hijo Alfonso VIII no lo sería (rey, 1158-1214), ya que desde la más temprana infancia, por la muerte de su padre, se convierte en rey. Este hecho provocaría la guerra entre las Casas de Lara y de Castro que se disputaban la custodia del niño-rey. La situación de inestabilidad política es aprovechada por Sancho VI de Navarra y por Fernando II de León para arrebatarle territorios a Castilla.  

En 1170, a los quince años, alcanza su mayoría de edad política y es proclamado rey en las Cortes que se convocaron en Burgos. Se casa con Leonor, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, que aportó como dote el condado de Gascuña. Su primer objetivo es recuperar los territorios perdidos durante su minoría de edad. Para ello se alía con Alfonso II de Aragón, junto con quien ataca a Sancho VI de Navarra consiguiendo recuperar lo perdido años atrás (Logroño y amplias zonas de Rioja).

Presionado por los ataques almohades inicia una ofensiva contra ellos, que culmina con la conquista de Cuenca en 1177. Dos años después firma con el rey aragonés el Tratado de Cazola por el que se fijan las zonas de conquista de los territorios musulmanes que corresponden a cada monarca, variando el hasta entonces vigente Tratado de Tudilén, que firmaran Alfonso VII y Ramón Berenguer IV. Murcia, cuya conquista correspondía a Aragón, pasaba a Castilla a cambio de verse libre el rey aragonés de prestar vasallaje al castellano.

Con la velada intención de unir a la nobleza castellana en un objetivo común relanza la Reconquista a partir de 1194, para lo cual establece alianzas con todos los reinos cristianos con el objetivo de consensuar de una manera ordenada la consecución de la conquista de tierras ocupadas por el poder almohade. Se convierte así en protagonista del proceso reconquistador, como lo hiciera su abuelo Alfonso VII.

El rey castellano inicia incursiones que le hacen llegar hasta Sevilla, pero el califa almohade Abu Yaqub Yusuf al-Mansur con un poderoso ejército se dirige hacia tierras castellanas. Alfonso VIII decide hacerle frente en Alarcos (cerca de Ciudad Real), sin esperar la ayuda ofrecida del resto de reyes cristianos. Allí sufre una estrepitosa derrota (1195), que hace retroceder la frontera castellano-almohade hasta los Montes de Toledo. 

Alfonso VIII se vio en una situación muy complicada frente al poder musulmán, que ahora hacía peligrar el dominio castellano en su frontera sur. Los musulmanes asediaron incluso Madrid, Toledo y Guadalajara. Ante la posibilidad de perder todo el valle del Tajo el rey recurrió en 1212 al Papa Inocencio III solicitando la predicación de una cruzada. A ella respondieron los reyes aragonés y navarro además de las órdenes militares. Con todos ellos se alcanza la importante victoria frente a los almohades de las Navas de Tolosa.

El rey Alfonso sólo sobreviviría a la victoria de las Navas de Tolosa dos años, y tras su muerte se abriría un periodo difícil en cuanto a la sucesión en el trono. Después de que su primer hijo varón Sancho muriera con tan sólo tres meses de edad y de que su segundo hijo Fernando muriera en 1211, quedó como nuevo rey Enrique, su tercer hijo varón, que para 1214 sólo contaba diez años.

 La minoría de edad del nuevo rey iba a traer de nuevo inestabilidad al reino castellano. En un principio la regencia la ostentó su madre Leonor Plantagenet hasta que trascurridos veinticuatro días desde la muerte de Alfonso VIII la reina muere. La custodia del niño-rey pasó a su hermana mayor Berenguela.

La regencia de Berenguela no fue aceptada por la influyente Casa de Lara, y es ésta quien consigue la renuncia de la hermana mayor del rey. Con la renuncia es el conde de Lara quien se hace cargo del rey y por tanto del poder. Pero la desgracia toca nuevamente a la puerta de la familia real cuando en 1217, tres años después de convertirse en rey y con tan sólo trece años de edad, el rey muere de manera accidental mientras jugaba con otros niños.

Al morir Enrique I a edad temprana le sucede en el trono su hermana mayor Berenguela, la primogénita de la familia real. Con ella tenemos el tercer reinado breve en un periodo de sesenta años. En esta ocasión el corto reinado no sería por fallecimiento, sino por decisión propia.

Berenguela de Castilla se había casado en 1197 con el rey Alfonso IX de León, pero el matrimonio había sido anulado en 1204 por el Papa Inocencio III debido al parentesco de los cónyuges (Alfonso era primo hermano del padre de Berenguela, el rey Alfonso VIII). Alfonso y Berenguela solicitaron que no fuera anulado el matrimonio pero el Papa fue inflexible, con lo que Berenguela regresó a Castilla. Lo importante del desenlace es que la descendencia de ambos fue considera legítima, lo que sería posteriormente trascendental en el futuro político de León y Castilla.

Cuando Enrique I muere el día 16 de junio de 1217 el trono pasa a su hermana Berenguela, pero ésta tan sólo quince días después cede el trono a su hijo Fernando. Se convertía así el reinado de Berenguela en uno de los más breves de la historia española. Su hijo Fernando III reinaría desde entonces hasta su muerte en 1252, y además después de la muerte del padre de Fernando, Alfonso IX, ocurrida en 1230 también se convertía en rey de León, con lo que de nuevo se unificaban dinásticamente los reinos leonés y castellano, aunque ello tuviera que ocurrir contra la voluntad testamentaria del rey leonés. Alfonso IX dejó los derechos del trono a sus hijas Sancha y Dulce, habidas del primer matrimonio del rey leonés con Teresa de Portugal. Pero la mediación de Berenguela y las amenazas de Fernando III consiguieron la renuncia de sus hermanastras a cambio de compensaciones económicas.

Después de un periodo de sesenta años León y Castilla volvían a unirse en la persona de Fernando III, aunque cada reino conservaría sus instituciones propias.

Bibliografía

González González, Julio (1960). El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII. 3 vol.. Madrid: CSIC. pp. 1080.

Martínez Díez, Gonzalo (2007). Alfonso VIII, rey de Castilla y Toledo (1158-1214). Gijón: Ediciones Trea, S.L.

Cruz, Fray Valentín de la (2006). Berenguela la Grande: Enrique I el Chico (1179-1246). Gijón: Ediciones Trea, S.L.

 

 

 

martes, 4 de junio de 2013

El tiempo de los Borgoña de Castilla (1): La reina Urraca y alfonso VII el Emperador



Si escuchamos hablar de los Borgoñas rápidamente nos viene al pensamiento, a todos aquellos que somos amantes de la historia, Felipe el Hermoso, hijo de María de Borgoña, y los dominios que Carlos V heredó de su padre en Flandes y en Francia, país éste en el que se encontraban los territorios patrimoniales de la familia. Pero este post que es el primero de la serie temática dedicada a los Borgoñas de Castilla se remonta a siglos anteriores y se ubica en Castilla y León.

En efecto, antes de la llegada de Felipe el Hermoso a Castilla a comienzos del siglo XVI, la Casa Condal de Borgoña ya había puesto su nombre a la dinastía de reyes castellano-leoneses reinantes desde 1126 hasta 1369. En realidad el inicio de la Casa de Borgoña en Castilla era simplemente un cambio de nomenclatura y no la llegada de un nuevo linaje real distinto al ya existente.

El primer rey de la Casa de Borgoña de León y Castilla fue Alfonso VII (rey, 1126-1157), borgoñón en condición de hijo de Raimundo de Borgoña y rey por ser hijo de la reina Urraca de León. Los padres de Alfonso VII contrajeron matrimonio en el año 1090, por aquel entonces nada hacía sospechar que Urraca sería años después reina, ya que el heredero era su medio hermano Sancho.

Urraca era hija de Alfonso VI de León miembro de la Dinastía Jimena y de Constanza de Borgoña, quien era miembro de la Casa Ducal de Borgoña, la otra dinastía borgoñona francesa. Era un tiempo, por tanto, en que Borgoña estuvo vinculada a León y Castilla, y prueba de ello fue también el matrimonio de Teresa de León, hermanastra de Urraca, con Enrique de Borgoña otro noble francés.

En 1095, a raíz del matrimonio de Teresa y Enrique, Alfonso VI dividió  Galicia en dos condados: el Condado de Galicia para Urraca y Raimundo, y el Condado Portucalense (norte de Portugal) que correspondió como dote a Teresa y Enrique. Esta división terminaría pasados unos años con la independencia de Portugal respecto de León y Castilla.

En 1108 muere el heredero Sancho y Urraca se convierte en sucesora a petición del rey. El hecho no dejaba de ser insólito ya que era extraño ver a una mujer como heredera. Sin tener más hijos varones Alfonso VI los nobles tuvieron que aceptar a Urraca como la futura reina, pero exigieron para ello que se casara de nuevo, ya que un año antes había enviudado de su esposo Raimundo.

El nuevo matrimonio de Urraca que fue concertado con el rey aragonés Alfonso I iba a ser el inicio de inestabilidad política para el reino castellano-leonés, y curiosamente iba a convertirse, cuatro siglos antes de que sucediera, en uno de los primeros intentos de unir las coronas de los reinos castellano-leonés y aragonés.

El nuevo matrimonio iba a generar una gran tensión política por la oposición existente al mismo, en especial desde Galicia donde no se aceptaba lo pactado entre ambos soberanos, y que suponía reconocimiento de potestad soberana de cada uno de ellos en las dos coronas indistintamente. No sólo eso, además el futuro descendiente que tuviera el matrimonio heredaría las dos coronas.

Si ya de por si lo anterior era trascendente el hecho de que si no había descendencia en caso de fallecimiento de uno de los cónyuges supondría que el otro pasaría a heredar el reino del difunto/a agravaba si cabe la situación. Pero realmente lo polémico del pacto era que el príncipe Alfonso Raimundez, hijo de Urraca y Raimundo de Borgoña y futuro Alfonso VII, quedaba apartado de la sucesión, en definitiva Urraca y Alfonso I se saltaban el orden sucesorio natural para imponer la sucesión por conveniencia.

Este intento de unificar las coronas leonesa-castellana y aragonesa iba a verse dificultado por las pretensiones pactadas y por el apartamiento injustificado de Alfonso Raimundez de la Corona. La nueva situación generaría guerras civiles cuyo primer capítulo se encontraría en Galicia con la rebelión del tutor del infante Alfonso, Pedro Froilaz conde de Traba.

En 1110 Alfonso I el Batallador dirige sus tropas a Galicia para sofocar la rebelión del conde de Traba, quien pretendía la creación de un reino de Galicia independiente con Alfonso Raimundez como soberano. Alfonso I consiguió sofocar la revuelta gallega, pero sus problemas en los asuntos castellanos sólo habían empezado a hacer su primer acto de presencia.

La situación del rey aragonés en realidad era demasiado compleja como para poder salir triunfante en sus pretensiones en Castilla-León. Partiendo de la ya de por si antipatía entre Alfonso I y Urraca era de lógica que el Batallador no tenía muchas posibilidades de éxito. Los opositores a esta unión matrimonial entre Urraca y Alfonso estaban divididos en dos grupos: uno apoyaba a Alfonso como soberano; el otro a Urraca. Este último grupo trabajaría para la anulación matrimonial de los monarcas debido a su consanguineidad (los dos eran bisnietos de Sancho Garcés III de Pamplona).

Después de varios tiras y aflojas, y de la aceptación de Alfonso Raimundez como rey de Galicia por parte de su madre la reina Urraca, Alfonso I de Aragón decide abandonar sus pretensiones territoriales castellano-leonesas y repudia a Urraca. Para ese repudio utiliza los mismos argumentos que sus detractores habían hecho referentes a la consanguineidad con su mujer, siendo el miedo a la excomunión papal lo que le lleva también a tomar esta decisión.

La oportunidad de unir Castilla y Aragón (y con Aragón Navarra) quedaba frustrada, por lo que la unión política peninsular de los reinos cristianos (sólo los condados catalanes hubieran quedado fuera de esa unión) tenía que esperar. Curiosamente después de la muerte de Alfonso I sería el matrimonio de su sobrina, la futura reina Petronila, con el conde Ramón Berenguer IV en 1137 (cuando Petronila sólo contaba con un año de edad) lo que uniría a la Casa Condal de Barcelona con Aragón, en detrimento de los intentos desde Castilla de casar a Petronila con Alfonso Raimundez, por entonces Alfonso VII de León y Castilla, o con el hijo de éste, Sancho.

Después de la retirada de Alfonso I, la reina Urraca firma en 1117 el Pacto del Tambre en el que reconocía la legitimidad de su hijo Alfonso para sucederle, lo que en efecto ocurrió en 1126 a la muerte de la reina.

Los comienzos del reinado de Alfonso VII están marcados por los conflictos territoriales con su tía Teresa de León, condesa de Portugal, y por sus aspiraciones territoriales. Tras vencer a su tía y reconocer ésta su soberanía Alfonso VII se casa con Berenguela, hija de Ramón Berenguer III de Barcelona. Tras la muerte de Alfonso I el Batallador sin descendencia el nuevo rey castellano, descendiente de Sancho Garcés III de Pamplona, reclama como tal los tronos de Aragón y Navarra, que sorprendentemente habían sido dejados en herencia a las órdenes militares. La propuesta fue rechazada tanto por los nobles aragoneses, que eligen a Ramiro II -hermano de Alfonso I- como nuevo rey, como por los nobles navarros que eligen a García Ramírez.

En sus aspiraciones territoriales traspasa los Pirineos y domina territorios del sur de Francia. Es entonces cuando se hace coronar en la catedral de León en 1135 como Emperador de toda España ante el legado del Papa Inocencio II. En esta ceremonia recibe el vasallaje de varios soberanos y nobles, entre los que estaban su cuñado Ramón Berenguer IV, García Ramírez de Navarra, señores del sur de Francia, y varios representantes de los principales linajes musulmanes. No estuvieron presentes ni Ramiro II de Aragón, ni su primo Alfonso Enríquez de Portugal.

En 1143 Alfonso VII reconoce a su primo Alfonso Enríquez, hijo de Teresa de León, como rey de Portugal después de haber sido aclamado como rey por sus tropas en 1139. En el ánimo de Alfonso VII se encontraba el deseo de ser reconocido como Emperador por parte de su primo, ya que un Emperador necesita del vasallaje de reyes, lo que facilitó la definitiva independencia de Portugal, sólo interrumpida siglos después por varias décadas en tiempos de Felipe II y sus descendientes Felipe III y Felipe IV.

Desde 1139 Alfonso VII centra su atención en el sur peninsular ocupado por los almorávides y los almohades. Aprovechando las disputas entre las dos dinastías bereberes decide afrontar los primeros intentos serios de avance cristiano sobre la mitad sur de la Península.

En el primer año de su guerra contra los musulmanes toma el castillo de Colmenar de Oreja desde el que podía amenazar Toledo. Tres años después conquista Coria, y en 1144 Jaén y Córdoba, aunque el dominio sobre ésta última iba a ser efímero.

En 1146 se produce el desembarco de tropas almohades en Algeciras llegando a hacerse éstas con importantes territorios. Esta invasión hace frenar su avance hacia el sur y le obliga a actuar defendiéndose, a pesar de lo cual sigue su lucha en la parte meridional ocupada por el Islam, necesitando de aliados para sus propósitos de expansión.  Se entrevista con Ramón Berenguer IV y García Ramírez y acuerdan la conquista de Almería en poder de los almohades. En esa empresa iban a contar con el apoyo de la flota genovesa y de cruzados franceses. Almería es tomada en octubre de 1147 aunque, como pasara tres años antes con Córdoba, la posesión de la ciudad sureña sería también efímera, si bien en esta ocasión estaría al menos en poder de los cristianos diez años.

En 1157 los almohades recuperan la ciudad de Almería y Alfonso VII parte para recuperarla, pero fracasa en el intento y en su regreso a León muere en el camino. Con su muerte desaparecía uno de los principales precursores del avance cristiano hacía el sur peninsular. Siete años antes de su muerte había acordado con el rey catalano-aragonés el reparto de la expansión hacia el sur en el Tratado de Tudilén, por el que se le concedía a Aragón su derecho a conquistar Valencia, Denia, y Murcia. Quedaba perfilada así una partición de derechos de conquista que en lo esencial iba a ser continuada posteriormente por los sucesores de ambas coronas.

A la muerte de Alfonso VII el Reino de Castilla pasó a ser heredado por su hijo primogénito Sancho III y León sería para su segundo hijo varón Fernando II. De esa manera los dos reinos se separaban, aunque esa división no iba a ser muy larga en el tiempo. Tras la muerte de Alfonso VII quedaba el resto de la Reconquista por delante, con él había comenzado uno de los impulsos definitivos para recuperarle al Islam el sur de la Península. León había perdido Portugal, pero quedaba por conquistar el sur peninsular, tarea que llevarían a cabo los descendientes del que había querido ser un emperador hispano, Alfonso VII.

Bibliografía

Pallares, M.ª del Carmen; Portela, Ermelindo (2006). La reina Urraca. Nerea. pp. 216.

Pérez González, Maurilio (1997). Crónica del Emperador Alfonso VII. León: Universidad de León, Secretariado de Publicaciones.