Al periodo de inestabilidad política en Castilla
ocurrido después de la muerte de Alfonso VII en 1157 y hasta la llegada al
trono de Fernando III en 1217 le iba a suceder a partir de entonces un tiempo
de estabilidad protagonizada por los reinados tanto de Fernando III como de su
hijo Alfonso X el Sabio. Ciertamente los problemas políticos iban a volver a
acentuarse para finales del reinado de este último, pero en este tiempo que se
extendería desde 1217 hasta 1284 acontecerían los dos reinados claves del Medievo
castellano hasta la llegada de Isabel la Católica.
No hay duda que un desarrollo político continuo en
el tiempo y sin especiales conflictos, unido a la decisión de ambos reyes,
conduciría a una época de éxitos no exenta de la presencia también de revueltas
nobiliarias, algo tan frecuente en la historia medieval española, en este caso
en la etapa final de Alfonso X.
Tanto con Fernando III como con Alfonso X se produce
el avance definitivo hacia el sur en la eterna lucha contra el Islam, y con
ellos se consolida esa posición territorial que ya no se iba a revertir. Con
los reinados del rey santo y del rey sabio Castilla entra en la contundente
construcción de un nuevo tiempo, tanto por sus conquistas como por sus
aportaciones culturales.
Las cosas, no obstante, no iban a ser fáciles al
principio para Fernando III. Distanciado de su padre Alfonso IX de León desde
la separación de sus padres, y habiendo fomentado el rey leonés una rebelión
nobiliaria contra su hijo, el nuevo rey tendría un principio de reinado
agitado. Por suerte para Fernando III la cosa no iría a mayores.
La decisión que su madre la reina Berenguela había
tenido de cederle el trono a su hijo convertía a Fernando en rey de Castilla, y
la muerte de su padre en 1230 lo llevaría a disputarle el trono a sus
hermanastras Sancha y Dulce, depositarias de los derechos sucesorios de León
por deseo de Alfonso IX.
Una vez que Fernando III amenazó a sus hermanastras
con invadir León, se acordó una compensación económica y la cesión de algunas tierras
castellanas que revertirían a Castilla cuando tanto Sancha como Dulce
fallecieran. En esta mediación tendría mucho que ver su madre Berenguela, y
ayudaría a su favor el hecho de la inviabilidad de la sucesión de ambas
herederas en perjuicio del legítimo heredero que era Fernando III en su
condición de varón. Es por tanto en 1230 cuando vuelven a unificarse León y
Castilla, hecho éste que reforzaba la posición de Fernando III y en adelante la
supremacía de Castilla sobre León, algo que hasta este momento no se había
producido de manera clara.
El eje principal del gobierno de Fernando sería la
guerra contra los musulmanes. Ya desde los primeros años de reinado se enfrenta
a ellos aprovechando las discordias entre los almohades que se produjeron a
partir de 1224. Entre 1225 y 1227 los castellanos se hacen con Andújar, Martos,
y Baeza, puntos estratégicos para la conquista de Andalucía.
Tras lograr la
unión de sus reinos, se dedicó sistemáticamente a la conquista del valle del
Guadalquivir. En 1231 tomó la plaza de Cazorla en Jaén. Las fuerzas reales se
adueñaron posteriormente de la campiña cordobesa y de manera inesperada se
apoderaron de Córdoba en 1236. Cuatro años después se apoderó de Lucena. En 1243,
el rey de la taifa de Murcia se sometió a vasallaje, y poco después el hijo del
rey, el infante Alfonso, ocupó el reino murciano de forma pacífica. En 1244, se
establecen las fronteras con la Corona de Aragón en el Tratado de Almizra,
asignando al Reino de Castilla las plazas de Orihuela, Elche y Alicante. Este
mismo año, Rodrigo González Girón y el Maestre de Santiago, Pelayo Pérez
Correa, se apoderaron de los últimos reductos murcianos: Cartagena, Lorca y
Mula.
Después de la conquista del
sureste se dirige de nuevo a tierras del valle del Guadalquivir. Jaén es
conquistada en 1246 y Sevilla en 1248, después de que ésta sufriera un asedio
de quince meses. A la conquista de Sevilla le sigue la de Medina Sidonia y
Arcos de la Frontera. Quedaba así establecida con todas estas conquistas la
base para afianzar el poder cristiano en el sur peninsular.
Además de su labor
conquistadora Fernando III también sobresalió en medidas políticas y socioculturales.
Trató de centralizar y unificar la administración de los reinos leonés y
castellano, e impuso el castellano como lengua oficial de sus reinos en
sustitución del latín.
En el ámbito cultural
tampoco iba a defraudar la labor llevada a cabo, y dicha labor serviría de inspiración
para su hijo Alfonso X que tanto bien cultural dejó a la posteridad. Ordenó
levantar las catedrales de Burgos y León, y se preocupó en darle importancia en
su corte a la música y la literatura.
A sus conquistas sobrevive
poco tiempo, muriendo en 1252 cuando planeaba una expedición contra el norte de
África con el objetivo de frenar posibles amenazas que vinieran de esa zona. En
febrero de 1671 fue canonizado por el Papa Clemente X convirtiéndose así en rey
santo.
La idea de una invasión del
norte de África la continuará el primogénito de Fernando III, el rey Alfonso X
el Sabio, de manera ambiciosa sobre el papel pero muy poco trascendente en la
práctica. La gran invasión que se proyectaba quedó en simples escaramuzas de
rapiña y en la ocupación de alguna plaza costera, si bien el objetivo de conquistar
Ceuta no llegó a producirse. Pero el rey sabio no iba a recordarse precisamente
por sus logros guerreros, aunque como buen hijo de su padre de eso también
hubo.
Si hay un ámbito donde
especialmente destacó el sucesor de Fernando III fue en su vertiente
reformadora en política interior. Con Alfonso X se empieza a cimentar el Estado
moderno hispánico que se desarrollaría plenamente en tiempos de los Reyes
Católicos. El rey pretendía renovar y unificar los diversos fueros que regían
sus dominios. Para lograr esa unificación jurídica mandó redactar el Fuero Real
para las ciudades de los reinos castellanos. En 1256 encargó a su equipo de
juristas la redacción de Las Siete Partidas elaboradas entre 1256 y
1265, un nuevo código legal ampliado basado en el Derecho romano-canónigo. La
esencia de este código legal ha llegado hasta nuestros días en lo referente a
las normas de sucesión a la Corona, dando preferencia en la sucesión al varón
sobre la mujer y la posibilidad de reinar a las mujeres en caso de no existir
heredero varón.
Las Siete Partidas, una obra legal
encomiable, le iba a ocasionar graves problemas al rey en la etapa final de su
reinado. La norma clarificadora de la sucesión le enfrentaría a su segundo hijo
varón Sancho, y las reformas legislativas, en un sentido más amplio, le iba a
enfrentar a una parte de la ciudadanía y de la nobleza, cuyos privilegios se
veían amenazados por la creciente intervención del Estado en las legislaciones
privativas. Este rechazo provocaría la rebelión nobiliaria de 1272 y traería la
inestabilidad de nuevo a Castilla en la etapa final del reinado del rey sabio.
La gran mayoría de los
nobles encabezados por el infante Felipe, hermano del rey, le iba a plantear a
Alfonso X en 1272 una serie de reivindicaciones centradas principalmente en el deseo de que el soberano renunciara a su
política autoritaria y centralizadora, queriendo obtener una renuncia a esa
política y pidiendo la derogación de las leyes que el rey había impuesto para
llevarla a cabo. La negativa del rey a las propuestas hace que los nobles
rebeldes se exilien en Granada. Entre 1272 y 1273 el infante heredero Fernando
de la Cerda negocia la reconciliación con los rebeldes en un contexto de guerra
con Granada. Finalmente consigue la paz con
el reino nazarí y con la nobleza castellana.
Pero los problemas para
Alfonso X no terminaron con la revuelta nobiliaria. Dos años después del fin de
la rebelión nobiliaria muere el heredero Fernando. Si se tenía en cuenta el
derecho consuetudinario castellano al morir el heredero primogénito los
derechos sucesorios debían pasar a su hermano menor Sancho. Pero la
introducción de Las Siete Partidas
hacía recaer la herencia en los hijos del fallecido Fernando de la Cerda.
Aunque Alfonso X se inclinó
en un principio por satisfacer las aspiraciones de su hijo Sancho
contraviniendo así las normas sucesorias que él mismo había introducido, se vio
obligado posteriormente a compensar a sus nietos los infantes de la Cerda. La
pretensión del rey de crear un reino en Jaén para Alfonso, el mayor de los
infantes, provocó la rebelión de Sancho y de buena parte de la nobleza,
llegando a desposeer al rey de buena parte de sus poderes, aunque no de su
título. Sólo Sevilla, Murcia y Badajoz permanecieron fieles al monarca.
Alfonso X murió en 1284
cuando estaba recuperando parte del poder perdido, y aunque desheredó a su hijo
Sancho finalmente éste se convertiría en Sancho IV de Castilla, siendo coronado
en Toledo en abril de aquel año.
Bibliografía
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Francisco. Fernando III. Ediciones Palabra1998.
González
Jiménez, Manuel (2006). Fernando III el Santo: el rey que marcó el destino
de España. Fundación José Manuel Lara.
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López, Ana (1994). La consolidación territorial de la monarquía feudal
castellana: expansión y fronteras durante el reinado de Fernando III.
Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
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Beretta, Antonio (1984). Alfonso X el Sabio. Barcelona: Ediciones El
Albir, S.A.
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Jiménez, Manuel (octubre de 2004). Alfonso X el Sabio (1ª edición).
Barcelona: Editorial Ariel S.A.
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