miércoles, 4 de agosto de 2010

El presente de un pasado imperial


Todo trono extinto tiene un pretendiente con derechos dinásticos para ocuparlo en una eventual restauración de su Casa Real en la jefatura del Estado. De esa manera en la mayoría de países que son repúblicas hay un reclamante que defiende sus derechos a ser rey. Y en algunas monarquías hay pretendientes de la misma Casa reinante o de distinta Casa que no reconocen a los reyes en ejercicio. Esta última circunstancia se ha dado de manera acusada en el pasado, y aun hoy se da.

El caso de Francia es el de una república que existe de manera ininterrumpida desde 1870 habiendo sufrido dos reformas (IV y V repúblicas). En el país vecino son tres dinastías reales las que son herederas de un trono que no existe en la práctica: los Borbones, los Orleanistas y, aunque menos conocidos fuera de Francia, los descendientes de la dinastía Bonaparte. Si fuera un Borbón el que restaurase la monarquía en Francia el rey sería Luis Alfonso de Borbón, el hijo del fallecido Alfonso duque de Cádiz y Carmen Martínez-Bordiu, y lo sería con el nombre de Luis XX. Él es el descendiente primogénito varón de la línea primogénita de todas las ramas Borbónicas existentes con derechos dinásticos en Francia.

Algo menos conocido es el caso de los Bonaparte, descendientes del hermano menor de Napoleón, Jerónimo Bonaparte. A la muerte del príncipe imperial Napoleón Eugenio sin descendencia en 1879 (hijo de Napoleón III), los derechos dinásticos fueron transmitidos por deseo del príncipe a un primo segundo suyo, nieto de Jerónimo Bonaparte, Napoleón Víctor (Napoleón V para sus partidarios). El Imperio en Francia había sido abolido en 1870, pero los derechos a un trono nunca dejan de existir.

El príncipe Víctor le tocó desempeñar un papel gris como pretendiente enfrentado a su padre, Napoleón José, al considerarse éste con mejor derecho que su hijo a ser el Jefe de la Casa Bonaparte. Además estuvo bajo la sombra del prestigio de su hermano Luis, coronel del ejército ruso. A finales del siglo XIX, en plena crisis de la III República francesa, planificó una restauración del trono imperial que quedó en nada. A su muerte en 1926 le sucede como Jefe de la Casa Bonaparte su hijo Luis Napoleón (Napoleón VI).

Luis demostró ser en su vida un gran patriota cuando, después de ser rechazado por el Gobierno francés para luchar en la Segunda Guerra Mundial, se alistó en la Legión Extranjera francesa bajo un nombre falso. A partir de 1941 pasó a luchar en la Resistencia francesa, fue detenido por los alemanes y pasó un tiempo en las cárceles. Después de la guerra se convirtió en un exitoso hombre de negocios. Antes de morir designó a su nieto Jean-Christophe Napoleón, en lugar de a su hijo Charles Napoleón, como sucesor en la jefatura de la Casa.

Charles ha tenido que padecer desde la muerte de su padre en 1997 la circunstancia de sentirse heredero de una tradición dinástica sin ser considerado Jefe de la Casa Bonaparte, de la que es jefe su hijo. La razón esgrimida por Luis para apartar a su hijo de sus derechos está basada en el hecho de que Charles se divorció en 1989 de su prima lejana Beatriz de Borbón-Dos Sicilias y volvió a contraer matrimonio en 1996 con Jeanne-Françoise Valliccioni sin el consentimiento paterno, al ser este requisito tradición en la familia imperial. Sin embargo, parece claro que en el trasfondo están las ideas políticas republicanas de Charles.

Charles tiene un doctorado en economía y ha escrito varios libros. Ha realizado frecuentes apariciones públicas en las que ha defendido sus ideas políticas republicanas. En 2004 comenzó a desempeñar el cargo de teniente alcalde de Ajaccio (Córcega) de donde es originaria la familia Bonaparte.

A Jean-Christophe (Napoleón VII), hijo de Charles, le ha tocado enfrentarse con una difícil situación: ser por deseo de su abuelo Jefe de la Casa Bonaparte y compatibilizarlo con la relación con su padre. Por suerte para Jean-Christophe, Charles ha declarado que nunca habrá problemas con su hijo a causa de los derechos dinásticos.

Jean-Christophe representa el presente de una tradición imperial francesa demasiado trasnochada, ya que en la práctica es imposible por motivos lógicos una restauración imperial en el país vecino, como también lo es una restauración monárquica. Es esa realidad la que hace más bien intrascendente tratar estos temas, pero si lo hago debe ser porque mis inquietudes históricas no se paran en lo general, sino que se extienden por los detalles.
Hoy no hay apartado de curiosidades, en la próxima si, ¿vale?
Foto: Jean-Christophe y su hermana Carolina.

2 comentarios:

  1. Bueno, pero que no se te olviden, que ya me estoy acostumbrando a ellos.

    Besitos.

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  2. Curioso legado monárquico y republicano. El mundo ha evolucionado, y las dinastías y gobiernos impuestos están muriendo, demostrando que el sistema democrático es más justo e igualitario.

    Es anecdótico "ser descendiente de", y que sólo se sea una sombra que desaparece en el pasado. Lo mismo ha ocurrido con descendientes de filósofos, científicos, literatos, pintores, escultores, etc.

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